Se bajó del avión jurando que nunca más volaría de nuevo. Siempre juraba lo mismo, aunque continuamente quebrase su promesa. Había algo en la experiencia de volar que detestaba, mas no se trataba de una fobia. Simplemente, odiaba todo lo relacionado con subirse a una aeronave y bajarse de la misma. En particular, lo que más repulsión le causaba era pasar a través de los mecanismos de seguridad. A pesar de que en todo momento cumplía las normas al pie de la letra, no podía evitar sentirse nervioso mientras se despojaba de sus prendas de metal.
Tuvo que esperar 40 minutos en cola para que finalmente un oficial de inmigración con la simpatía de un ladrillo le sellase el pasaporte, y 30 minutos más para poder retirar su equipaje. Luego de esto, obtuvo algo de dinero en moneda local de uno de los cajeros bancarios disponibles y, posteriormente, salió del aeropuerto hacia el ala izquierda, donde aguardaban los taxistas legales.
“¡Dzień dobry!”, le dijo al conductor del taxi. Era lo único que sabía en polaco, no obstante el hecho de haber vivido con una chica de esa nacionalidad durante ocho años. “¡Centrum, please!”, agregó luego para indicarle que quería ir al centro de la ciudad.
Se registró en el hotel bajo un seudónimo: nunca estaba de más un poco de precaución. Como ya era de noche, decidió cenar cerca del lugar donde se hospedaba para luego volver a su habitación a planificar lo que haría al día siguiente. La taquicardia que sentía le recordaba que ya no podía esperar más. Ya lo había hecho por cinco años. Sin duda, era demasiado tiempo.
Aún recordaba con pena aquella noche en la que, al volver a casa luego de un duro día de trabajo, no la encontró allí. No solo faltaba ella, sino también todo indicio que pudiese indicar que alguna vez su novia había existido. Ambos sabían que ese día llegaría. Ninguno de los dos quería que eso sucediera.
“Si me descubren, tendré que desaparecer de improvisto y por tiempo indefinido. Cuando haya pasado el peligro, entonces haré contacto contigo. Antes no”, le había dicho Anastazja en cierta ocasión.
“¿De cuánto tiempo estamos hablando?”, quiso saber él.
“No lo sé, pero será un buen tiempo”, le había contestado ella. “Voy a crear una cuenta de correo en gmail con el usuario louise1849, y la clave será tu nombre más el año que nos conocimos. Por esa vía será que te contactaré si esto llegase a pasar, mas no antes de seis meses”.
“Entiendo, pero… ¿realmente crees que esto pueda pasar?”.
“Conoces mis circunstancias”, había dicho la precavida chica. “Sabes que todo es posible”.
Por sus circunstancias, se refería al hecho de que Anastazja, aunque de madre polaca, en realidad había nacido y vivido parte de su vida en Rusia (la otra parte la había transcurrido en Polonia). Su padre había sido un agente encubierto de la KGB en diversas partes del mundo durante los años de la guerra fría. Mucho después de la Perestroika, cuando ella tenía 19 años, Nastia –así le decía su papá- fue testigo de cómo unos hombres irrumpieron en su hogar y asesinaron a sus padres. A la chica también le habían disparado, con el único detalle de que milagrosamente había sobrevivido.
Cómo había sido capaz de identificar a uno de los asesinos –quien había sido un antiguo jefe de su padre-, el gobierno ruso, como medida de protección, le otorgó una nueva identidad. Apenas se hubo recuperado, cómo sabía que tener una nueva persona no sería suficiente para mantenerla alejada de esa gente tan peligrosa, decidió emigrar al Reino Unido, país donde pensaba podría iniciar una nueva vida.
De hecho, así había ocurrido en un principio, ya que con lo que había salvado de la herencia de su padre había logrado completar una carrera en computación y también, más tarde, se había enamorado. Él único detalle era que había conservado la identidad que el gobierno de su país le había dado, y estaba consciente que sería solo cuestión de tiempo antes de que los mafiosos que andaban detrás de ella dieran con su nombre falso –Irina Vólkova- y la rastreasen. Ella le había contado toda su historia a su prometido, quien había sido muy comprensivo, mas no le había dicho que llevaba tiempo preparándose para cuando lo inevitable sucediera. Inclusive, había conseguido en el mercado negro una nueva vida. Su novio, pensaba ella, se enteraría en su debido momento.
Cinco años en lugar de seis meses había tardado Anastazja, alias Irina Vólkova, en comunicarse con su prometido. Era el tiempo que le había tomado cerciorarse de que estaba relativamente a salvo. Su novio ya había comenzado a perder las esperanzas, al punto de que ya no revisaba diariamente la dirección de correo especial que ella le había creado. Por esta razón, su corazón se paralizó por un instante el día que, al iniciar sesión en la cuenta, encontró un mensaje nuevo. Sin embargo, para su desilusión, el correo en cuestión parecía ser un spam. El asunto decía simplemente Hey Matt!, y la dirección del remitente era: hot_stocks_1810@yahoo.com. El cuerpo del mensaje contenía apenas lo siguiente:
Check this out: 6, 19-21
Todos los indicios sugerían que se trataba de un correo basura, excepto por un detalle: nunca antes, en el tiempo que llevaba revisando esa cuenta, había recibido ninguna clase de mensajes, ni siquiera spam. Era muy sospechoso que de pronto empezase a llegar este tipo de correos. Ahora bien, si de verdad lo había enviado Nastia, lo que no entendía era por qué estaba dirigido a un tal Matt si su nombre era Andrew. Nada tenía sentido.
Pasó una semana sin que ningún otro mensaje llegase al buzón electrónico, por lo que cada día Andy estaba más y más convencido de que se trataba un acertijo de parte de ella. Los números parecían indicar un fragmento de la Biblia (capítulo 6, versículos del 19 al 21), pero… ¿de cuál libro? Hay muchísimos en las Sagradas Escrituras.
Fue entonces cuando le encontró sentido al “Matt” en el asunto del correo: se refería a Matthew, es decir, Mateo 6,19-21. Frenéticamente, buscó la copia de la Biblia que había estado reposando eternamente a un lado de la estantería ubicada en la sala de estar. La frase que encontró, le dejó más perplejo de lo que ya estaba: “Donde está tu tesoro, allí está tu corazón".
Buscó durante horas en Google un significado a esa fragmento bíblico, mas todo lo que encontró fueron interpretaciones religiosas. Resignado, se fue a dormir un poco desmoralizado. Al parecer, había interpretado mal el correo. No obstante, apenas pusu su cabeza sobre la almohada, el significado de la frase le vino a la mente como una revelación bíblica: ¡Fryderyck Chopin! El compositor favorito de Nastia.
Durante una visita a Varsovia con su novia, Andy recordó que en un museo había leído la historia referente al corazón del célebre pianista. Chopin había vivido los últimos años de su vida en París y allí había fallecido en 1849, pero en su lecho de muerte había pedido ser enterrado en Varsovia, la ciudad que tanto quería. A pesar de sus deseos, transportar el cadáver del músico hasta Polonia había resultado imposible, por lo que su hermana Ludwika, que en inglés vendría siendo algo así como Louise, decidió tomar únicamente el corazón de Chopin y llevárselo consigo a su país.
Una breve investigación por Internet le arrojó a Andy que el corazón del compositor estaba enterrado bajo una columna de la Iglesia de la Santa Cruz, muy cerca del palacio presidencial en la capital polaca. Sin duda alguna, era a Varsovia donde tenía que ir.
Esa mañana, Andy desayunó rápidamente en el hotel y partió rumbo a la famosa iglesia. Al llegar allí, buscó la columna bajo la cual estaba el corazón del músico, pensando que sería una especie de mausoleo. En este sentido, se decepcionó un poco al descubrirla: no era más que una gran columna. Por otro lado, se llenó de satisfacción en cuanto leyó en la mencionada pieza arquitectónica, la misma inscripción bíblica que su novia le había sugerido en el correo.
Mientras examinaba el lugar en busca de algún indicio de Anastazja, un anciano sacerdote se acercó hasta él y comenzó a recitarle algunas oraciones en polaco. Andy intentó pretender que agradecía el gesto del cura y que también oraba, pero no fue necesario: el clérigo se le acercó al oído y le dijo en perfecto inglés que una joven le había indicado que una persona con exactamente las mismas características de Andy, se aparecería en la iglesia esa semana. El padre tenía en su poder una carta de Nastia dirigida a él.
En privado y con mucha emoción, Andrew leyó el mensaje que su novia le había dejado. La carta tenía una sola línea: “¡Búscame en el retrete real!”. Andy se sintió abatido. No quería continuar resolviendo acertijos.
Volvió hasta la Iglesia y le mostró al sacerdote el contenido de la carta. Quería saber si este tenía alguna idea sobre qué había querido decir su prometida en la carta, aunque no tenía muchas esperanzas. Contra sus pronósticos, el cura le dijo que seguramente la carta se refería al parque Łazienki, ya que literalmente significaba “baño” en polaco, y en dicho lugar estaba situado un palacio real. Tenía sentido lo que decía. Sin embargo, el mencionado parque era el más grande de Varsovia, cómo saber adónde en específico tenía que ir?
Recordó entonces que ya había estado una vez en ese sitio. Había ido con Anastazja porque ella quería que él conociera su lugar favorito en toda Varsovia: el Monumento a Chopin. Era una estatua gigante del músico que estaba situada frente a un pequeño lago en Łazienki. Andrew no tuvo más dudas.
Era invierno, por lo que el lugar no se le antojó tan majestuoso como le había parecido aquella lejana mañana otoñal en la que había estado allí por primera vez. Aún así, podía sentir algo mágico en ese sitio. Sin perder tiempo, se acercó hasta la estatua en busca de alguna pista, pero todo estaba lleno de nieve. Tan sólo se podía ver la figura del pianista, quien estaba sentado sobre un árbol con la mirada perdida hacia un costado. ¡Eso era! ¡La mirada! Corrió hasta el lugar hacia donde apuntaban los ojos de Chopin y escarbó en la nieve. Al poco rato, logró ubicar una pequeña caja roja de metal, la cual abrió enseguida. En su interior, encontró una llave con una dirección: "39 Freta".
Andrew consultó por medio de su móvil la ubicación de la referida calle y encontró que estaba situada muy cerca del centro histórico de la ciudad. Salió corriendo del parque y tomó el primer tranvía que pudo hasta el Old Town. Caminando por las viejas calles del casco central de Varsovia, se maravilló ante la belleza del mismo aún cuando tuvo que ser reconstruído casi en su totalidad luego de la guera. Casi todo había sido destruido y, sin embargo, allí estaba la ciudad de nuevo. Altiva y desafiante.
Al llegar al número 39 de la calle Freta, probó la llave que había hallado antes en la puerta y se percató de que no encajaba. Examinando la fachada de la casa, encontró un buzón de correos junto a la entrada, el cual logró abrir con el objeto que obtuvo en el parque. Adentro, se topó con otra llave, la cual sí encajó con la cerradura de la puerta principal.
Agnieszka Cichocki leía un libro sobre su cama cuando escuchó la puerta de su casa abrirse. Echó la obra que estaba leyendo a un lado, removió las gafas de lectura de su cara, se ajustó la bata de seda que llevaba puesta, y miró con ansías hacia el umbral de la habitación. ¡No podía mantener la calma!
Cuando finalmente Andrew se asomó en la alcoba, una sonriente Agnieszka apenas le dijo: "¡Pensaba que nunca llegarías!". Todo lo demás, la mujer anteriormente conocida como Irina Vólkova se lo dijo con la mirada.