20050730

El Tesoro que no quería ser Encontrado

Dicen que se puede saber mucho de una persona por lo que lleva en sus bolsillos, pero lo único que podría decirse al respecto sobre Jack Strauss es que, sencillamente, le encanta guardar todo lo que encuentra. “¡Nunca sabes cuándo puedes necesitar cualquier cosa!”, es lo que siempre dice como excusa cada vez que recoge un objeto nuevo; pero... ¿qué utilidad se le puede dar a los objetos que ahora mismo se encuentran en sus pantalones? Estos son: la mitad de un viejo sándwich de mantequilla de maní, tres clips, una bolsita de metras o canicas, un carrito de juguete sin ruedas, las ruedas de este carro de juguete, un imán, un trozo de tela, el recorte de un artículo de periódico sobre el lanzamiento de un cohete espacial, unos caracoles y dinero de mentira. Sólo hay una cosa que a la gente le extraña más que el hecho de que el joven aventurero guarde todos estos artículos, y esta es: ¿cómo le caben tantas cosas en sus pequeños bolsillos?

Algunos piensan que los pantalones de Jack son mágicos. Otros -menos imaginativos-, sostienen que el curioso chico simplemente posee un extraordinario método de recolección de cachivaches. Sin embargo, cómo guardar algo en sus saquillos no era lo que más preocupaba a Jack en este preciso momento, sino -más bien- cómo sacar cualquier cosa de allí. La mantequilla de maní, por ejemplo, podía serle de gran ayuda ahora mismo. “¡Si tan sólo pudiera encontrar la forma de llevar el sándwich hasta mis manos!”, es lo que le venía a la mente cada vez que observaba a sus extremidades superiores encadenadas a la pared. Él sabía que con la jalea de maní le sería más fácil deslizar sus manos a través de las cadenas para así liberarse, pero no tenía forma ni manera de sacar al emparedado de sus bolsillos bajo las condiciones en las que se encontraba; por lo que, cansado ya de insistir, prefirió dedicarse entonces a reproducir en su mente cómo fue que empezó todo.

Esa mañana, Jack había estado jugando como de costumbre con su prima Amy a orillas del mar. El día prometía ser igual de aburrido que el anterior, de no ser porque el curioso niño divisó algo flotando en el mar que llamó su atención: una botella. Dentro de la botella, había una hoja enrollada que Jack extendió hasta darse cuenta de que –como era de esperarse- se trataba de un mapa. "¡Debe ser el mapa de un tesoro!", naturalmente dijo él. Amy, quien era un poco más sensata, le advirtió: "No debe ser nada. Seguramente, algún sin oficio dibujó un mapa y lo metió en una botella para fastidiar a gente curiosa como tú”. “¡No importa!”, insistió él, “¡Vamos a averiguarlo!”.

El incansable investigador reconoció un dibujo peculiar en el mapa: el perfil de un ángel, y recordó a una roca situada en un acantilado y que vista desde cierto ángulo siempre le pareció que tenía forma de querubín. “Sé dónde es esto, ¡ven conmigo!”, se apresuró a decir exaltado, pero su prima no tenía los mismos ánimos que él. “¡Olvídalo!”, le recomendó Amy, “¡Vamos a almorzar que nos esperan en casa!”. Sin embargo, Jack ya tenía un plan para después de almuerzo.

Dispuesto a continuar solitariamente su expedición, cogió su bicicleta y se encaminó rumbo al acantilado con la roca en forma de ángel. Llevaba puesta una camisa azul desabotonada sobre una franela blanca, sus pantalones verde militar con bolsillos por doquier y sus botas favoritas. Podría decirse que ese era su uniforme de aventurero. No tardó mucho en llegar al acantilado –no quedaba lejos de casa-, y sin perder tiempo se colocó frente a la roca en cuestión y abrió el mapa. Siguió todas las instrucciones que allí aparecían con referencia al serafín rocoso (con ayuda de la brújula de su reloj), y al cabo de un rato se encontró frente a la entrada de una cueva.

“¿Dónde está escondido el tesoro secreto de los templos sagrados?”, le preguntó bruscamente un pirata a Jack interrumpiendo su sesión de recuerdos. “¡No te lo diré!”, le respondió en seguida el pequeño valiente. “¡Me lo diréis o no diréis nada más en vuestra vida!”, le amenazó el corsario. “Señor, ¡es sólo un niño!”, le susurró otro pirata al altanero que hacía las preguntas. “¿Qué creéis que van a decir de mí en el club de piratas si se enteran de que dejé que alguien se saliera con la suya simplemente porque era un niño? ¿Qué van a pensar de mí? Tengo una reputación que mantener, así que: ¡ ó habla o haré que lo disequen!”, argumentó categóricamente el corsario de la reputación que mantener, y luego ordenó que le quitaran a Jack todo lo que traía consigo en los bolsillos. “¿Para qué es toda esta basura?”, le continuó interrogando el líder de sus captores, “¿son acaso pistas para encontrar al tesoro?”. Jack no respondió. El pirata, armándose de paciencia, le preguntó al niño: “Hijo, ¿Cómo os llamáis?”, y el joven aventurero recordó entonces que ya en el mismo día le habían hecho esa misma pregunta con otras palabras.

Cuando entró en la cueva, lo hizo sin pensarlo mucho. Jack conocía poco de miedo y ese tal vez era su gran problema. Todo estaba oscuro allí adentro y de vez en cuando se escuchaba a los murciélagos revolotear entre estalagmitas y estalactitas, pero a él no le molestaba. Lo que sí le molestó fue escuchar también a otras voces a medida que iba avanzando, pero se tranquilizó cuando llegó al final de la cueva y vio que las voces eran de un niño y una niña que hablaban un idioma desconocido para él. No le parecieron peligrosos a Jack, por lo que no se preocupó en esconderse de ellos. “Hola, ¿cómo te llamas?”, le preguntó la niña apenas al verlo y en el idioma que el joven Strauss sí comprendía. “¡Jack!”, respondió sin titubear: su nombre de aventuras. “¡Me da gusto conocerte, Jack! Mi nombre es Sally y el de él es Paul. Estamos buscando algo muy valioso para nuestro pueblo”, le comentó amablemente la pequeña. Acto seguido, ella le explicó todo lo que sabía sobre el tesoro secreto de los templos sagrados, y Jack le explicó las razones por las cuales él se encontraba allí. El buscado tesoro fue escondido por los ancestros de Paul y Sally hace muchos años y nadie sabe qué hay dentro de ese cofre, pero se dice que el tesoro le da poderes extraordinarios a quien lo encuentra, por lo que no debe caer en malas manos.

Paul y Sally tenían un mapa muy parecido al de Jack, pero tenía algunas diferencias no fácilmente perceptibles. Mientras analizaba ambos mapas, el perspicaz niño notó que puestos uno al lado del otro, los dos trozos de papel en conjunto formaban la silueta de un ángel, por lo que llegó a la conclusión de que las pistas sobre el tesoro las encontraría en la roca que estaba afuera, y que la cueva sólo había sido una distracción para desviar la atención. De nuevo frente a la famosa roca, ninguno de los tres encontró nada en ella que los pudiese guiar hasta el tesoro. Decepcionado por no tener idea de qué hacer ahora, Jack se recostó en la piedra para mirar hacia el mar y se dio cuenta de algo: a lo lejos había una isleta con un árbol de forma exactamente igual a la de la roca donde estaba apoyado. El mapa se refería a esa isla.

“¡Jack!”, respondió el valiente explorador sin titubeos, ya estaba acostumbrado a su nombre de aventuras. “¿Jack qué? Todo aventurero que se respete debe tener también un apellido, como Robin Hood, Robinson Crusoe o yo, ¡el Capitán John Cejanegra!”, le insistió el pirata. Jack nunca se había detenido a pensar en un buen apellido de aventuras, así que tuvo que improvisar. Viendo sus objetos personales sobre la mesa, vio que en el reverso del artículo sobre el lanzamiento de un cohete al espacio, estaba una biografía de Johann Strauss, y le pareció bien tomar prestado su apellido. “Strauss, Jack Strauss”, le dijo a Cejanegra, y este se conformó con esa respuesta. Tuvo suerte de que ninguno de los piratas salvo el capitán supiera leer, y este era demasiado perezoso como para tomarse el trabajo de leer el artículo sobre la mesa. “Bien, Jack”, le dijo el líder de los corsarios antes de retirarse, “os voy a dar la oportunidad de salvar vuestra vida ganándome en un duelo de espadas en la cubierta”. Luego agregó entre risas: “Eso es para que no digáis que no os tuve ninguna clase de compasión”.

La única forma que tenían para llegar a la isleta era nadando, mas esta estaba demasiado lejos para Jack. “¿Cómo vamos a hacer para resistir nadando hasta allá?”, les preguntó el joven Strauss a sus nuevos amigos ya cuando estaba en el agua con todo y ropa. “Jack, ¡mira nuestros pies!”, le sugirió Paul, y cuando Jack intentó verle los pies se sorprendió al ver que no estaban, en su lugar había una cola de pez. Paul y Sally eran ahora mitad hombres mitad peces. “¡Vaya, pensaba que no existían las sirenas!”, acotó el asombrado niño, y luego agregó: “Ustedes pueden nadar con facilidad, ¿cómo voy a hacer yo?”. “Ya pensamos en eso, Jack, Saldur te va a ayudar”, le dijo Sally mientras le señalaba a un simpático delfín que venía en camino, “¡sujétate de su aleta y él te llevará hasta la isla sin problemas!”.

Fue divertido el trayecto con Saldur, pero al llegar a la isleta se tuvo que separar de él mientras exploraba fuera del agua. Rápidamente llegó Jack hasta el árbol con la forma angelical y se dispuso a observar. De nuevo se había quedado sin pistas. "¡Este tesoro no quiere ser encontrado!", se quejó él, pero viendo hacia la costa en tierra firme, se fijó en que había otra cueva a la que se llegaba desde el mar y cuya entrada -adivinen qué- también formaba la silueta de un ángel. Emocionado, comenzó a correr hacia donde lo estaban esperando Paul, Saldur y Sally para contarles; mas fue capturado por piratas antes de que pudiera avisarles, y así fue que empezó todo este lío.

Ahora la única forma de escapar para Jack Strauss era venciendo en duelo al Capitán Cejanegra, quien era mucho mayor que él. A Jack le asignaron una espada más pesada que él mismo, por lo que ni siquiera podía sostenerla como debía. Si luchaba, Jack sabía que estaba perdido, pero mirando hacia el mar encontró la solución a su problema. Introdujo una de sus manos en sus bolsillos, tomó la bolsita con las metras (canicas) y las arrojó al suelo provocando que muchos de los piratas se cayeran. “¡Atrapádlo!, no dejéis que se os escape”, se apresuró en decir el Capitán, “¡Ya bastante irrespeto sufro por ser lampiño y sin barba y verme obligado a llamarme Cejanegra, como para permitir que os burléis de mí también por no poder controlar a un niño!”. Pero no había terminado de decir esto cuando ya Jack había saltado hacia el mar. Abajo lo estaban esperando Saldur, Paul y Sally, para ayudarlo en su escape.

Con Saldur nadando a toda velocidad, lograron perderse de los piratas y llegar hasta la cueva que Jack había visto desde la isla. Luego de mucho caminar dentro de la cavidad, lograron divisar un cofre que seguramente era el que estaban buscando. ¡Por fin iban a poder ver qué era lo que contenía el fulano tesoro! Lentamente, se acercó Jack Strauss hasta el baúl y poco a poco comenzó a abrirlo. De pronto, un ruido ensordecedor los atormentó a todos., haciendo que el niño se tapase sus oídos y cerrase sus ojos. Cuando los abrió de nuevo, lo primero que Jack vio fue a su madre apagando el despertador junto a su cama y diciéndole:

“Juan, ¡despierta! ¡Vas a llegar tarde al colegio!”.



** Para los niños aventureros que todos llevamos por dentro.


Cancion para acompañar:

* Ludo - "Hum Along"

Película recomendada de la semana:

* "The Goonies" (1985) [8/10]. Cast: Sean Astin (Sam en Lord of the Rings).

-¡Qué disfruten sobrevivir una semana más!

-H.G.

14 comentarios:

Isthar dijo...

¡¡Qué maravilla poder ponerse el traje de explorador, un nombre con fuerza y lanzarse a la aventura de los sueños!!

Me ha encantado jugar con Jack :)

Mariu dijo...

No sé para quién fue peor, si para Juan o para mí, el hecho de que haya sonado el despertador y se haya dado cuenta de que todo era un sueño. Muy bueno el cuento, tienes una imaginación enorme, pero lo mejor es que sabes transmitirla.

Saludos

PD: usa de nuevo tu iamginación y dime que habrías colocado en el cofre, porfa...jajaja

CURRUSA dijo...

Hola Horacio! ojalá continúes con esta aventura, siempre es bueno rencontrarnos con ese niño que llevamos dentro...
Por cierto, voto (si se puede) por Ranas de papel para que clasifique en los post que se resisten a desvanecerse.
Feliz semana! ;-)

Bluemistress dijo...

Ves?... Tu imaginación es grandiosa! Opino que lo que esta en el cofre debería quedar a la imaginación de cada quien, ya que bien, si todos llevamos un niño dentro, nuestro espiritu conserva un tesoro que muchas veces no nos atrevemos a descubrir. Sería lindo que cada pensamiento diera un propio fin a esa historia.

Un beso!

H.G. dijo...

Hola! Me alegra que les haya gustado el cuento. Les agradezco mucho sus comentarios y sugerencias. Y sí, bluemistress, lo que había en el cofre es mejor que quede en la imaginación de cada quien. Así que Mariú, lo siento, tendrás que imaginártelo tú.
Currusa, tengo pendiente hacer una actualización de esa sección. Tu sugerencia será tomada en cuenta.

De nuevo gracias y saludos!

Qué tengan una muy buena semana!

Anónimo dijo...

Tienes una gran habilidad para amarrar al lector desde el principio. La forma como comienzas siempre tus cuentos de pana es excelente y como terminas este es para matarte, nos dejaste con las ganas de saber qué había en el baúl. Si te lo propones y con suerte, Jack Strauss podría ser algo así como un Harry Potter hispano, jajaja.

Un beso!

Anónimo dijo...

es verdad yei,t imaginas q seas una version latina d J.K. Rowling? bueno imaginacion y talento no t faltan :)

Anónimo dijo...

Me ha gustado mucho.Algo que no ha dicho nadie,bien porque no es importante o yo estoy equivocada es que parece un resumen de todas los desenlaces de todas las películas o libros que todos vieron o leyeron en su infancia.Cada década aportó un poco,sí,pero creo que estas historias siempre serán de la misma clase.El caso es que es un subgénero nuevo para mí,se han integrado en un atrapante,ingenuo y sorprendente relato todas las hazañas y las vidas de todos los héroes de los barcos y las playas.
Saludos gregorianos.
Hasta luego.

Ceci dijo...

Yo ya ni me atrevo a opinar. Cada semana me dejas más y más gratamente sorprendida. Excelente cuento!

Anónimo dijo...

Ya sé lo que había en el cofre después de mucho meditar y comentar con mi niño interior qué podría haber escondido el antepasado de dos "sirenos" y que era tan valioso para su pueblo, llegamos a la conclusión que en el cofre había otro mapa que revelaba la ubicación exacta de dicho pueblo, que a lo mejor podría ser la atlantida o el lugar aquél que se encuentra en el triángulo de las bermudas y de repente tambien es la atlantida o algo así.

H.G. dijo...

Interesante conclusión, miembro #273 del club de los que no pueden dormir. Ya veo en qué te entretuviste la última vez que, en efecto, no pudiste dormir. El tema de la Atlántida y del triángulo siempre me ha llamado la atención... ¿y a quién no si es tan interesante?
Muchas gracias a todos por sus buenos comentarios y por las exageradas comparaciones.

Saludos!

Anónimo dijo...

Cielos, creo que sonaré demasiado trillada y repetetiva pero eso hoy no me importa, ADORO como escribes y la manera en la que transmites emociones y todo eso... es taaaaaaaaan interesante
**
hablando de lo que escribiste en mi blog, es cierto... no es imposible además que no me voy por siempre :) y pues, ya estoy mejor... no me siento tan triste como ese día :) saludos :)

Elisa de Cremona dijo...

qué bueno!
excelente!
qué más se puede decir..
un beso

Anónimo dijo...

H.G.:Esta vez te adiviné el final un par de párrafos antes. No obstante, me gustó igual el cuento. Muy bien narrado.
Suerte con la próxima aventura.