20060212

¡Bad Hair Day!

Eran las siete de la mañana. Un poco más, un poco menos. No importaba: era tarde para ella.

“¡Qué bien!, exclamó cuando se vio frente al espejo para lavarse los dientes, “¡Bad Hair Day!”.

Tomó unos sorbos de café y, luego de disimular lo más que pudo la rebeldía que tenía su cabello ese día, salió muy de prisa hacia la calle. Cinco segundos después, volvió a entrar: casi olvidaba su celular.

Cuarenta y dos personas estaban delante de ella en la parada del autobús, y cuarenta y dos improperios salieron de su boca al percatarse de ello. “¡Maldita sea, ni siquiera hay un árbol que me de sombra mientras hago esta cola de mierda!”, dijo para sí a la vez que más y más gotas de sudor aparecían en su frente producto del rayo de sol que incidía sobre ella. No quería pensar en cómo iba a hacer para recuperar la clase que perdería por quedarse dormida, pero no podía evitar preocuparse por ello. “¡Odio mi vida!”, se repetía, y es que para ella, cada nuevo día terminaba siendo el peor día de su vida.

Al otro lado de la calle, Martín barría la entrada de la charcutería donde trabajaba. Todos los días veía a los estudiantes esperar por el transporte de la universidad deseando ser uno de ellos. Le habría gustado ser médico, o cualquier otra cosa que sonara importante, pero sabía que era irreal aspirar a nada de eso. Desde muy joven, tuvo que abandonar sus estudios para poder trabajar en algo y ayudar así a su pobre madre. Ahora está ahorrando para poder matricularse en un instituto nocturno y terminar su bachillerato. Sabe que ese es el primer paso, aunque no tiene idea de cómo va a hacer para tener ánimos de estudiar luego de haber pasado todo el día cortando trozos de carne en un sitio que huele al mismísimo infierno. Está consciente de que a él le tocó difícil la vida, pero no entiende por qué el destino fue tan injusto con él. Mucha gente no sabe lo que es pasar trabajo, mientras él lleva experimentándolo toda su vida. Aunque sea por un día, le gustaría intercambiar su existencia por la de cualquiera de los estudiantes que ve pasar cada mañana.

De tercero en la cola por el autobús está Jorge. Su hobby es escuchar música clásica y coleccionar caracoles de mar para sentir que oye al océano a través de ellos. Le encanta el sonido de la lluvia y el olor a tierra mojada que viene con ella. También le gusta mirar en dirección al sol, porque durante el instante de tiempo en el que lo hace, aunque no sabe si sólo son ideas suyas, siente que puede ver el color rojo. Es la única forma de que pueda ver algo. Sin embargo, su condición no le había impedido estudiar música, su pasión, en la universidad. Todo el mundo estaba acostumbrado a verlo entre los primeros puestos grabando cada clase. Nunca faltaba quien lo ayudase cuando le hiciera falta. Los profesores siempre estaban pendientes de que tuviese lo que necesitara para estudiar. Jorge sabía que debía realizar un esfuerzo mayor que el de una persona con sus cinco sentidos funcionando, pero estaba orgulloso de haber podido salir adelante. No estaba inconforme con su vida, aunque no había momento en el que no soñara con poder ver todas esas cosas que le habían dicho eran tan bonitas: el azul de un cielo despejado, el mar, un jardín con muchas flores y mariposas de colores, y, sobretodo, el rostro de su madre. Si al menos pudiera verla a ella por un minuto, Jorge sentía que sería feliz el resto de su vida.


En la parada también se encontraba la profesora Pocaterra. Tenía 38 años, una profesión que le encantaba, y dos hijos que eran la luz de sus ojos. El mayor tenía diez, el menor siete. Siempre se quejaba de tener que llegar extenuada por la noche a su casa a revisar las tareas de sus hijos y a asegurarse de que hubiesen salido bien en la escuela, y de que su esposo no la ayudaba para nada, pero de un tiempo para acá había dejado de lamentarse por eso. Su labor de madre le agotaba más que el de profesora, pero se sentía recompensada cuando los veía dormir plácidamente desde el umbral de sus habitaciones. Su apreciación de cada momento que pasaba junto a ellos había cambiado desde que se enteró de que tenía cáncer. “¡Ojala pudiera verlos crecer!”, exclamaba continuamente. ¡Ojala el destino no fuera tan cruel algunas veces!

Por fin, luego de una hora, llegó el autobús. A la chica con el cabello rebelde por poco le tocó ir de pie, pero logró conseguir un puesto junto a un tipo que tenía mal aliento. Obstinada, sacó una caja de mentas de su bolso y se la ofreció al muchacho a su lado. “¡Por lo que más quieras, cómete una!”, le gritó, y él, apenado, no tuvo más remedio que aceptar. “¡Por favor, mátenme!”, se repetía mentalmente mientras viajaba toda incómoda hacia la universidad, y por poco no se suicida cuando una bola de papel la golpeó en la frente. “¡Quién habrá sido el animal!”, exclamó mientras veía a su alrededor, pero, aparentemente, nadie había sido. Extendió el cuerpo del delito, y vio que la hoja de papel tenía algo escrito. “¿Qué dice el papel?”, le preguntó el que ahora tenía aliento de menta. Ella, visiblemente consternada y con esa expresión en el rostro que tiene toda persona cuando se da cuenta de que ha hecho algo mal, le respondió: “¡Estaba triste porque no tenía zapatos… hasta que vi a alguien que no tenía pies!”.


Canción para acompañar:

* Three Doors Down - "Be Like That"

Película recomendada de la semana:

* "The Family Stone" (2005) [7/10]. Director: Thomas Bezucha. Cast: Sarah Jessica Parker, Rachel McAdams, Claire Daines, Diane Keaton, Luke Wilson, Dermot Mulroney.

-¡Qué disfruten sobrevivir una semana más!

-H.G.

8 comentarios:

Alejandra Rivers dijo...

Qué vaina que nadie está conforme con lo que tiene, ¿no?. Creo que es algo de todos, unos más que otros... Pero siempre llega el momento en que ves a alguien más desafortunado que tú y dices: "Ayyy... ¿yo por qué me quejo tanto?" Lo malo es que se nos olvida muy rápido y seguimos por la vida deseando cada vez más y más, sin darnos cuenta de que lo que tenemos es bastante.

;-)

CURRUSA dijo...

hAY UNA CANCIÓN QUE ME GUSTA MUCHO DE aLANIS QUE SE LLAMA COMO EL TÍTULO DE TU POST... lA VERDAD ES QUE SIN QUERER DARNOS CUENTA SOMOS MUY AFORTUNADOS PORQUE LO TENEMOS TODO Y SIEMPRE NOS ANDAMOS QUEJANDO, ASÍ ES LA INCORFOMIDAD DEL SER HUMANO...

Pamela dijo...

Muy buen post!!!! jajajaja, me entretuve mushisimo. Me gusta tu blog.. Felicitaciones!

Mariu dijo...

Qué difícil es valorar las pequeñas grandes cosas que tenemos en la vida, y no entenedemos que de tan poco puede nacer mucho....como ya te dije lo que más me gustó fue esto: “¡Estaba triste porque no tenía zapatos… hasta que vi a alguien que no tenía pies!”.

Estoy contenta por leer esto y darme cuenta de todo lo que tengo.

Anónimo dijo...

últimamente no dejo de repetirme que precisamente yo no tengo derecho a quejarme de nada. Las pequeñas cosas que me ocurren son gotas en un Océano que no hago más que ver, a diario, por tv.

Horacio, me gustó mucho.

un abrazo

Artehaga dijo...

Me gustó mucho esta historia, y creo que eso de nunca estar conforme con lo que se tiene es el aspecto más característico de los humanos. En algunos casos es bueno porque no te deja ser un conformista y te incita a echar para adelante, pero siempre en la medida de lo prudente, porque un inconformismo extremo puede llevar a la frustración, así que como todo en la vida, la inconformidad en mi opinión también depedne del lente con que se mire!!!!!

Isthar dijo...

Son este tipo de lecciones de vida las que nos hacen darnos cuenta de la verdadera realidad de nuestro presente.

Qué triste que a vece sno sepamos valorar la suerte que tenemos si no de esta manera :)

Un abrazo

poemasperdidos dijo...

Anda! que hoy no se puede pasar por aquí en frío! Estuve mucho tiempo fuera, y ahora veo la necesidad de volver a tu espacio, armada de almohadón y taza de cafecito en mano.
Volveré cualquier tarde de estas.

:)
Besos,
Gab