20070917

Historia de un Amor Singular

I Parte

Por alguna razón que desconozco, mi madre pensaba que era de buena suerte llamarse Pepe; y, por ello, decidió llamarnos de esa forma a mis dos hermanos y a mí. Nunca fue muy agradable tener que aclarar, cuando alguien preguntaba por mi nombre, que Pepe era como realmente me llamaba y no simplemente un apodo –y ni decir cuando preguntaban por el nombre de los tres-, pero al menos eso me hacía un poco diferente. Si algo tiene de interesante mi vida, es que siempre ha estado marcada por singularidades.

Cuando tenía cinco años, mi padre me obsequió mi primera mascota: un perro que no era un San Bernardo, pero que me hicieron creer que lo era. “Es un San Bernardo que sufrió una enfermedad cuando nació y por eso parece distinto a los otros”, me dijo mi papá al notar mi cara de decepción por no recibir la clase de canino que deseaba. Yo le creí porque Pepe Jr –como decidí llamarlo- traía un barril de madera colgando del cuello que hacía muy verosímil la historia. De todos modos, yo estaba feliz por tener un perro.

Me divertía mucho jugar con mi mascota y llevarla al parque cada vez que podía. A veces, se escapaba y salía corriendo llevándose por delante a unos cuantos objetos que le obstaculizaban la vía. Así fue como me di cuenta de que Pepe Jr era ciego en su ojo izquierdo. Y gracias a sus escapadas, fue también como tuve la oportunidad de conocerla a ella, a la niña que se convertiría en la protagonista de todas las aventuras que viviría en mi cabeza.

Yo acababa de cumplir los nueve años y corría detrás de mi perro gritándole: “¡Pepe! ¡Pepe Junior!”. Muchos metros de camino después, logré alcanzarlo mientras registraba la basura que esperaba ser recogida frente a un hogar. “¡Perro malo!”, le recriminé, y entonces una voz proveniente del jardín de esa casa me dijo: “¿Cómo se llama tu Beagle?”. Era ella quien me hablaba. Desde el momento en el que giré mi cabeza y la vi, supe, incluso a esa edad tan imberbe, que ya no podría dejar de soñar con ella. Algo en su mirada me hacía ver un poco de mí mismo reflejado en su alma.

No sin tartamudear, logré responderle que no era un Beagle, sino un San Bernardo mi perro. “¡Es un Beagle!”, me refutó ocultando una sonrisa. “Es un San Bernardo, ¿por qué dices que es eso otro?”, le insistí. “Porque yo tengo una Beagle, y es idéntica a tu San Bernardo”, me explicó con una voz tan dulce y suave, que era imposible no quedarse aletargado queriendo escuchar más. Acto seguido me mostró a Zaza, su mascota, y la verdad es que era como ver a Junior con accesorios de niña. Me sentí como un estúpido por haber creído el engaño de mi padre durante tanto tiempo. De no ser porque se había marchado un año antes para fundar una nueva religión –sí, era muy peculiar mi familia-, me habría ido enseguida para insultarlo.

“Se llama Pepe”, le dije una vez que asimilé los hechos y recordé que no le había respondido a su pregunta inicial. “Mucho gusto, Pepe”, le dijo ella a él, a la vez que lo acariciaba. “¿Y tú como te llamas?”, añadió dirigiéndose a mi. “Pepe”, le respondí sin poder evitar reírme un poco. “¿Me estás tomando el pelo?”, me replicó. “No, para nada. ¡Es la verdad!”, le aseguré. “¿Y por qué llamaste a tu perro igual que tú?”, me cuestionó. “No, no es igual. En realidad, él se llama: Pepe Junior”, aclaré. “Pues para mí sigue siendo igual, pero no importa”, me contestó. “Yo soy Susana”.

Para mí, más que una Susana, ella fue algo parecido a una entidad divina. Después de ese día, durante un año entero, Pepe Jr y yo pasamos todas las tardes por su casa con la esperanza de volverla a ver, aunque siempre en vano. Es difícil explicar por qué necesitaba tanto verla si apenas había compartido con ella unos minutos, pero de algún modo sentía como si todo lo que había vivido hasta ese día no había sido más que un preámbulo para esos cortos instantes junto a ella. Nunca había sentido tanta paz, y nunca más fui el mismo a partir de esa ocasión.

Al empezar en la secundaria, mi madre quiso que nos mudásemos a otra ciudad para rehacer allí nuestras vidas sin mi padre, y con ello, la poca esperanza que conservaba de encontrarme de nuevo con Susana terminó de desvanecerse. Jamás me cruzó por la mente la idea de que pudiera darse la extraordinaria coincidencia de que la chica que tanto anhelaba ver fuese a estudiar conmigo en mi nuevo colegio. Sin embargo, eso fue exactamente lo que ocurrió. Como más tarde averiguaría, la basura que registraba Pepe Jr cuando la conocí, en realidad eran cajas llenas de objetos que esperaban a ser recogidos por las personas que ayudaban a sus padres a realizar la mudanza de ciudad.

No tengo palabras para describir lo que sentí cuando entré en mi salón de clases y me lleve la grata sorpresa de encontrarme con Susana allí. Sin embargo, lo mejor de todo fue saber que ella aún se recordaba de mí, porque al sentarme en mi puesto, me envió una nota que decía: “¿Cómo está tu “San Bernardo”?” “Igual de loco, ¡ahora se cree Chihuahua!”, fue mi respuesta, lo que la hizo reír. Durante los años que estudiamos juntos, compartí mucho con ella y fuimos muy amigos, pero nunca me atreví a contarle lo que sentía ni el impacto que causó en mí conocerla. Me aterraba hacerlo, aunque lo habría hecho desde un primer momento de haber sabido que mi tiempo cerca de ella se agotaría pronto.

Dos noches antes del examen final del penúltimo año de la secundaria, Susana vino a mi casa para estudiar conmigo. La noté un poco extraña y bastante afligida, por lo que le pregunté qué le pasaba. Su respuesta fue que estaba triste porque su familia había decidido mudarse de nuevo a otra ciudad ese verano y no quería hacerlo. En el momento, no dije nada. Me impresionó mucho la noticia y no supe qué decir. Ni siquiera pude levantar la vista y mirarla a los ojos. Simplemente, me dediqué a pretender que nada había sido dicho.

Sin embargo, no pude disimular más cuando me dijo que ya se iba para su casa. “¡Por favor, no te vayas!”, le rogué. “¡Debo irme, es muy tarde!”, me replicó. “Me refiero a irte de la ciudad. ¡Por favor, quédate! ¡Yo te quiero!”, le confesé. Al oír esto, Susana me miró fijamente a los ojos con mucha ternura, se acercó a mí muy lentamente, y me besó en los labios como si toda la vida hubiese estado esperando por ese beso. Luego, dirigiendo su mirada hacia la mía nuevamente, me susurró: “Yo también te quiero y me encantaría quedarme, pero yo todavía no dependo de mí misma sino de mis padres. No puedo hacer nada”. “Entonces, ¡dime adónde te vas para yo ir a buscarte!”, le supliqué. “¡Qué dulce eres!”, me dijo a la vez que me daba otro beso, “Pero si realmente estamos destinados el uno al otro, nos volveremos a encontrar sin necesidad de que yo te diga dónde estaré”. “Pero si ya nos hemos encontrado dos veces, ¿te parece poco?”, me quejé, a lo que ella respondió: “¡Quédate tranquilo entonces, porque seguramente nos volveremos a encontrar una vez más!”.

Un mes y medio después, Susana se marchó sin decirme nunca su destino. Fue triste y dura la despedida, mas al menos me quedaba el consuelo de haber vivido los mejores días de mi vida durante ese tiempo. Prácticamente, no hubo segundo en el que no estuvimos juntos durante los últimos días, así como no hubo momento en el que no la extrañé luego de su partida.

Dondequiera que iba, observaba atentamente a mi alrededor buscándola, pero nunca tuve éxito. Cuando me fui a estudiar veterinaria en una universidad lejana, todos los días anhelé tener la misma suerte que tuve al empezar la secundaria, pero jamás me conseguí con Susana esperándome en mi salón de clases. Con el paso del tiempo, creció mi desesperanza y mi temor por no volverla a ver nunca más en mi vida.

Durante mis vacaciones del segundo año, viajé unos días con mi familia y Pepe Jr a la playa, lo que le sentó muy mal a mi viejo perro. No comía, no jugaba, y no hacía nada excepto tirarse en el suelo con la mirada perdida. Yo sabía que ya estaba muy viejo y que estaba cerca de su hora, pero de todos modos decidí llevarlo a un centro veterinario con la fútil ilusión de poderlo salvar. Quizás alguien allí supiera una forma de ayudarlo aún desconocida para mí.

Sin embargo, fue en vano. Mi fiel compañero se me fue mientras aguardábamos en la sala de espera. Desconsolado, lo cargué en mis brazos para llevarlo a casa, y al cruzar el umbral de la puerta, tropezó conmigo una chica que resultó ser nada más y nada menos que Susana. ¡Qué manera de finalmente tener la dicha de encontrarla de nuevo! “No sabes cuánto te he buscado en todo este tiempo, pero lamento que nos hayamos cruzado de nuevo en este momento tan triste para mi”, le dije. Luego agregué: “Discúlpame por no quedarme un rato hablando contigo. Debo irme”. No obstante, mientras caminaba hacia el auto, ella se me acercó para pedirme la dirección del lugar donde me estaba quedando. Quería verme esa noche.

A las ocho de la noche se apareció en el hotel con un cachorro de Beagle en sus manos. “Es un nieto de Zaza”, me dijo, “y quiero que lo tengas tú”. Yo no quería aceptarlo porque no comparto la teoría de que un clavo saca a otro clavo, mas fue tanta su insistencia, que tuve que hacerlo. “¿Qué nombre le colocaste?”, le pregunté. “Yo lo llamé Archie, pero imagino que quieres a un quinto Pepe en tu familia”, me contestó con una sonrisa. “Archie me gusta”, repliqué yo, “Así lo llamaré”. El resto del tiempo lo dedicamos a ponernos al día. Ella me contó que estudiaba la misma carrera que yo, y que al mismo tiempo trabajaba medio turno como asistente en el centro veterinario adonde había ido. Al igual que yo, soñaba cada día con entrar a su salón de clases y verme allí. A diferencia de mí, nunca se dio por vencida.

Tuve que partir al siguiente día, pero le dejé la promesa de que volvería a buscarla. Esta vez, intercambiamos direcciones de correspondencia, teléfonos, y todo lo que nos fue posible para evitar perder el contacto de nuevo. Al principio, poder hablar con ella me calmaba la ansiedad, pero poco a poco esta se hizo más insoportable. A los dos meses, decidí aparecerme por su casa de sorpresa, por lo que me dirigí a la estación de trenes y compre un boleto hacia mi destino. No podía estar más feliz, porque con toda seguridad, vería una vez más a mi Susana.




II Parte

A veces, cuando siento nostalgia, cierro los ojos y tengo de nuevo ocho años. Vivo de nuevo aquel día de marzo que en aquella época tanto quise evitar que llegase, y que ahora tanto deseo volver a vivir. Mis padres terminaban de colocar en cajas nuestras pertenencias luego de que, por última vez, ignorasen todas mis súplicas por no irnos de la ciudad. Ellos no entendían que yo no quería perder a mis amigos, y yo, nunca comprendí sus razones de adultos para mudarnos. Consciente de que ya no había nada que pudiera hacer, y con mucha impotencia dentro de mí, me senté en el jardín de mi antigua casa con la desesperada ilusión de que llegase un príncipe azul en un caballo blanco a rescatarme de tan funesto destino. Cuando de pronto apareció un niño persiguiendo a su perro, sin saber por qué, mi corazón empezó a latir más fuerte, y, de mi boca, surgió un susurro que sólo yo escuché y que decía: “¡Mi Príncipe!”.

Era un tanto singular mi príncipe. Para empezar, su caballo era un perro que ni siquiera estaba seguro de lo que era, ya que creía ser un San Bernardo cuando en realidad era un Beagle. Segundo, no era elegante como debía serlo alguien de la realeza, sino que más bien estaba algo sucio y harapiento. Y tercero, Pepe, que para muchos no es más que un apodo, en su caso era su verdadero nombre, y también el de su mascota. Sin embargo, todo esto pasó a un segundo plano cuando sus ojos café se posaron sobre los míos y sentí mi alma desnuda, como si hubiera podido ver dentro de mí. Por ese instante de tiempo, logré olvidarme de todos los problemas que me embargaban. Sencillamente, fui feliz durante ese momento.

Para mi desgracia, mi príncipe no me rescató aquel día. Después de que estuvimos hablando un rato y jugando con nuestras mascotas –Pepe Jr y Zaza-, se marchó a su casa y no me quedó más remedio que mudarme. Una vez instalada en mi nuevo hogar, tomé por costumbre sentarme todas las tardes en mi nuevo jardín a esperar por mi Pepe. “¿Cuándo vendrá a buscarme mi príncipe?”, me preguntaba cada día. Por alguna razón, tenía la seguridad de que tarde o temprano sucedería.

Y sucedió. Sólo que no se apareció en mi jardín de nuevo, sino en mi salón de clases, un año después, y no precisamente a buscarme. Fue una gran coincidencia: estudiaría conmigo ese nuevo año escolar, por lo que más emocionada no podía estar. La sola idea de poder verlo todos los días, me motivaba cada mañana al despertarme.

Con el tiempo, nos hicimos muy buenos amigos. A mí, me emocionaba mucho que él fuera a visitarme, porque soñaba con que iría a proponerme que fuera su novia. Constantemente analizaba todo lo que él hacía o decía, con la esperanza de encontrar algo que me indicara que Pepe estaba interesado en mí, pero eran muy ambiguas sus señales y no podía saberlo con seguridad. Por ejemplo, rara vez hacía contacto visual conmigo, y muchas veces, pasaba horas sentado cerca de mí sin decir palabra, como si yo le aburriera o le pareciera tonta. Mas, otras veces, lo atrapaba mirándome cuando creía que yo no me daría cuenta, cosa que me mantenía ilusionada. Después de todo, mi lema siempre había sido que la esperanza es lo último que se pierde.

Cuatro años transcurrieron durante los cuales, a pesar de que nunca pasamos de ser sólo amigos, fui dichosa. Por esta razón, me cayó como un balde de agua fría cuando mi padre me dijo, al finalizar el penúltimo año de la secundaria, que ese verano tendríamos que mudarnos de nuevo. Lo habían transferido a otra ciudad en su trabajo. ¿Cómo se puede conservar la esperanza ante noticias como esta? No me había ido, y ya comenzaba a extrañar a mi Pepe.

La noche en la que se lo comenté a mi príncipe, yo pensé que no le importaba no verme más. Prácticamente, ignoró mi comentario y siguió estudiando para un examen. Yo no podía concentrarme con tanta tristeza. Me dolía mucho la indiferencia con la que se tomó la noticia. No obstante, cuando ya me iba para mi casa, finalmente mi Pepe se abrió a mí. “Susana, ¡no te vayas!”, o algo así me dijo. “Es muy tarde”, me excusé yo, pensando que él se refería a continuar estudiando. Fue entonces cuando me explicó que lo que no quería, era que me fuera del pueblo. Me confesó que me quería, y que estaba enamorado de mí desde aquella vez que se apareció en mi jardín. Lo que tanto yo había soñado, por fin estaba sucediendo. Emocionada, me acerqué a él y por primera vez nos besamos. Ninguno de los dos sabía muy bien cómo hacerlo, pero no era relevante para nosotros. Lo importante, era lo que significaba ese beso para ambos. La confirmación de que, algunas veces, los sueños sí se hacen realidad.

Nunca le dije a Pepe la ciudad a la que me mudaría, ni mi teléfono, ni otro dato que le permitiera buscarme. Como chica soñadora e ingenua que era, confiaba en que el destino se encargaría de unirnos nuevamente si realmente éramos el uno para el otro. Pensaba que si, por mala fortuna, nunca más nos volvíamos a ver, al menos me quedaría el consuelo de los maravillosos días que vivimos desde aquel beso hasta el momento en el que me fui. ¡Qué equivocada estaba!

Lo extrañé demasiado en todas y cada una de las horas en las que no nos vimos. Anhelaba conseguírmelo en la universidad cuando empecé a estudiar veterinaria, o sentado en un café esperando por mí, o haciendo cualquier cosa; pero luego de mucho tiempo, me resigné a la idea de que tal vez algo así nunca ocurriría. Comencé a salir con otros chicos, mas dejé de hacerlo al notar que ninguno me llenaba. Nada era igual sin mi Pepe.

Dos años, nueve meses y dieciocho días después, finalmente volví a encontrarme con mi Príncipe. Tropecé con él sin querer cuando entraba a la clínica veterinaria donde yo trabajaba como auxiliar en mis horas libres. Traía en sus brazos el cuerpo sin vida de su viejo amigo Pepe Jr, por lo que simplemente le pedí su dirección de habitación para visitarlo cuando fuera un poco menos doloroso para él. No pude resistir mucho tiempo, y fui a visitarlo esa misma noche.

Le obsequié un cachorro de Beagle, uno de los nietos de mi vieja Zaza, que había fallecido veinticinco meses atrás. “Te estaba esperando”, le dije. “Y yo te estaba buscando”, me respondió mi Pepe. Pasamos toda la noche conversando, contándonos lo que había sido de nuestras vidas. Sin darnos cuenta, nuestras manos se habían juntado y yo me encontraba con mi cabeza apoyada sobre su hombro. “¡Te quiero igual que siempre!”, me confesó. “¡Yo te adoro, mi Príncipe!”, le respondí, y nos quedamos dormidos de esa forma.

Mi Pepe se encontraba en la ciudad de paseo, por lo que al siguiente día tuvo que partir a su casa. Pronto comenzaría de nuevo las clases y debía prepararse para ello. Coincidencialmente, estudiaba veterinaria igual que yo. Sin embargo, esta vez sí intercambiamos datos de contacto, y me prometió que volvería muy pronto a buscarme. Yo estaba feliz con esa promesa.

Desde que se marchó, todas las noches durábamos horas pegados al teléfono. Era mi momento favorito del día, y dejaba de hacer cualquier cosa para hablar con él. Por eso, me extrañó tanto que dos meses después, de pronto un día dejó de llamarme. “¡Quizás fue a una fiesta!”, pensé la primera vez, pero al repetirse la situación en la siguiente noche, comencé a preocuparme. Lo llamé a su casa, y un compañero de habitación me contestó que la mañana anterior había partido en tren a visitarme. Como llevaba veinticuatro horas de retraso, entré en pánico. ¡No podía dilatarse tanto mi Pepe!

Desesperada, salí corriendo a la estación de trenes apenas supe. No estaba allí mi Pepe, pero me sentí más tranquila cuando supe que no había ocurrido ningún accidente en más de diez años. Esperé unas horas en caso de que llegase en el próximo tren, mas no fue así. A medida que transcurrían los minutos, más y más angustia sentía. Algo le había pasado a mi príncipe.

Al amanecer, cuando fui a comprar la prensa. Me enteré de la desgarradora noticia. Al llegar a la ciudad, mi Pepe defendió a una anciana que estaba siendo víctima de un atraco y fue ultimado por uno de los antisociales. Mi príncipe había muerto rescatando a alguien.

Hoy, veo todo en perspectiva, y doy gracias por al menos haber tenido la oportunidad de conocer al verdadero amor. Sin embargo, también me arrepiento por haber dejado tantas cosas en manos del destino, en lugar de aprovechar al máximo cada minuto con quien fue mi Cielo. Di por sentado que teníamos toda la vida por delante, cuando en realidad nunca sabemos de con cuánto tiempo exactamente disponemos. No obstante, estoy tranquila, porque sé que tarde o temprano nos volveremos a encontrar, y entonces, le podré dar todos los besos que le quedé debiendo.


Canción para acompañar:

+ Frou Frou - "It's good to be in love"

15 comentarios:

Rosita27 dijo...

Excelente Post!!!!!.... Es impresionante la conexión que puede existir entre dos personas, aunque el destino las separe, al momento de cruzar miradas es como si nunca se hubiesen distanciado...

Espero la 2da. Parte!!!!

salu2!!!

Anónimo dijo...

Pana en una palabra: arrechisimo.

JocMch. dijo...

Me gusta tu forma de escribir... Soy nuevo en esto espero que tamb leas el mio .A ver q tal

MafitA dijo...

Hermosa historia, hermosa forma de narrarla...

SaludoS

Psique dijo...

Me quedo esperando la continuación de lo que parece la historia "´perfecta" de amor. Muy linda la historia!

Saludos!!

Anónimo dijo...

Ansiosa de la segunda parte, también la espero :)
Ojalá así fueran los "adiós" simplemente un hasta luego con otras palabras, gracias por el arcoíris que hiciste en mi alma cuando las lágrimas salieron de mis ojos... en verdad me tocó...

Aidé.

Anónimo dijo...

Se que varios ya lo dijeron pero es la verdad una historia muy linda y emotiva ya quiero leer la segunda parte... :)

Psique dijo...

Yo otra vez, sólo para decir que dejé algo en mi blog, no es de tu estilo, pero igual es una forma de reconocer lo mucho que me gusta tu blog.

Saludos!

Unknown dijo...

Sí, es interesante el post, la historia. De repente me sentí atrapado por ella, no sé si por el humor planteado en medio de la trama; por la disfuncionalidad de la familia de Pepe o por el rpmanticismo en sí... es más, creo que por todas, porque tengo en mi propia vida un poco de ellas. Sigue escribiendo que las palabras deben quedar en el mundo para poder trascender...

Abdul Rahib dijo...

(y)
muy buena historia,tipica de las tuyas....;)

Psique dijo...

El final ... no terminó siendo la historia "perfecta", pero si. Si fué amor y se vivió como tal a pesar de dejarlo todo al destino.

Genial la historia, hermosa, me gustó el final.

H.G. dijo...

Muchas gracias por sus palabras. Me alegra mucho que les haya gustado la historia... aunque está un poco larga.

Un abrazo!

Anónimo dijo...

Muy bueno el relato. Me gusta mucho como escribes. Te he concocido hace poco y me quedan muchos por leer. Sigue escribiendo. Un saludo.

Anónimo dijo...

SABES? EN CADA LINEA HAY UNA ESENCIA PURA, LIMPIA Y TRANSPARENTE; HAY UNA AMISTAD, TERNURA Y AMOR; HAY UNA REALIDAD QUE TE HACE VER LA VIDA CON DESEOS DE VIVIRLA Y DISFRUTARLA DIA A DIA. Y NO DEJAR PASAR AL AMOR DE TU VIDA. GRACIAS, MIL GRACIAS POR TRAER A MI LOS RECUERDOS DE LA NIÑA QUE ESTABA ESCONDIDA. BENDICIONES PARA TI Y TU FAMILIA.

Anónimo dijo...

Me hizo llorar, que final tan triste.Que lindo es el Amor cuando es sincero