20060720

Felicidad en Gotas

Hay quienes piensan que la única verdad absoluta en el Universo, es que no existe ninguna otra verdad absoluta. Lo que es cierto para algunos, bien puede no serlo para otros. Sin embargo, hay una cosa que, en mi opinión, se asemeja bastante a una verdad absoluta, y es que toda persona en el mundo lo que quiere es ser feliz. ¿A quién no le gustaría ser feliz? Lo que varía, claro está, es eso que hace feliz a cada quien, ó, tal vez, eso que cada quien cree que le hace feliz.

Así, algunos buscan la felicidad en lo espiritual, otros en lo material, lo intelectual, la fama, los placeres, ó, en cualquier otra cosa de su agrado. A veces, hasta de forma obsesiva, tanto así, que terminan olvidando que el objetivo era simplemente ser felices y terminan pensando que lo importante es lograr, contra viento y marea, alguna meta que en cierto momento de nuestras vidas pensamos nos proporcionaría la felicidad plena.

Yo no puedo decir cómo es que podemos alcanzar la felicidad plena porque lo cierto es que no lo sé, yo no la he alcanzado. No obstante, sí puedo decir lo que pienso al respecto, empezando por el hecho de que dudo mucho que de verdad exista algo así. Nadie es completamente feliz ni totalmente infeliz. Todos tenemos nuestros momentos buenos y nuestros momentos malos en esta montaña rusa emocional que llamamos: vida. La clave, pienso yo, es hacer lo posible para que la suma de los momentos buenos supere por mucho a la de los malos, y de este modo, ser en promedio más felices que infelices, más alegres que tristes. Mas, la pregunta ahora es: ¿cuáles son los momentos en los que somos realmente felices?

Como dije antes, lo que hace feliz a cada quien varía dependiendo de las personas, pero en mi caso, me pongo a pensar y me doy cuenta de que no hacen falta muchas cosas para ser feliz (entendiéndose por esto: vivir tantos momentos buenos como sea posible). Uno puede soñar con ser obscenamente rico, tener dos mansiones, tres yates, un Ferrari y un Porsche, más la cuenta bancaria de Bill Gates, pero… ¿de verdad hace falta todo esto? Todas las cosas materiales llega un momento en el que aburren, y siempre vas a desear tener algo más, un modelo más nuevo, una nueva tecnología, o cualquier otra cosa que aún no tengas.

Por otro lado, se puede soñar con ganar un Oscar, Nóbel, Pullitzer, Grammy, Balón de Oro, o el premio que se nos antoje. Ser presidente de la compañía más prestigiosa del mundo. Pertenecer a la nobleza. Desarrollar una nueva teoría en Física. Pintar un cuadro famoso, etc., y aún así no seríamos del todo felices. ¿De qué nos sirve tanto éxito y fama sin personas valiosas a nuestro alrededor con quién compartirlo? A todos nos gusta que nos admiren y puede que inclusive causar un poco de envidia, pero… ¿qué se gana realmente con eso? Al día siguiente de lograr algo así, ya te das cuenta de lo efímeros que son la fama y el prestigio, efímeros además de un poco inútiles.

Del mismo modo, puedes tener una esposa maravillosa, unos hijos perfectos, los mejores amigos del mundo, una familia unida, saludable y amorosa, y seguramente esto nos llenaría bastante, pero también nos haría falta una buena posición económica para evitar que tus seres queridos pasen trabajo, para poder darte ciertos lujos de vez en cuando y evitar así el tedio y la rutina (viajar, una cena romántica, tener comodidades); y también serían necesarios sueños que cumplir, individualmente y en conjunto. ¿Qué es una vida sin sueños?

De todo esto se hace obvio que para vivir felices hace falta un poco de todo. Un equilibrio entre todas aquellas cosas que nos gustan o nos convienen (siempre he pensado que los excesos nunca son buenos), pero también se hace obvio que no necesitamos esperar veinte años para haber reunido doscientos millones de dólares para en ese momento elegir ser felices. Podemos ser felices desde este momento. ¿Por qué sacrificar el presente en aras de un mejor futuro? ¿Por qué no mejor buscar la manera de disfrutar del presente Y del futuro?

En mi caso, puedo ser feliz mientras leo un buen libro, observo una buena película (preferiblemente bien acompañado), degusto un plato exquisito, me como un dulce, cuando tengo que hacer una tediosa diligencia y siento que mi mano la toma alguien a quien adoro recordándome que no estoy solo, cuando la miro y sus ojos me dicen que está contenta, al recibir un mensaje de texto de ella, al ver un atardecer en el mar, ó al azul de un cielo despejado, ó cualquier paisaje de esos tan majestuosos que parecieran querer gritar que Dios existe, haciendo reír a mi hermano pequeño y a mis primitos, al sostener una buena conversación, al escuchar música nueva y que me guste, descubrir algo que me entretenga, ir de compras, poder reírme de algo serio, conocer gente que valga la pena, y tantas cosas más que de verdad son tan sencillas, que los yates y las mansiones mejor es dejarlos para después, aunque sin perderlos de vista.

Que te hace feliz a ti?

-H.G.

20060708

La Chica Inexistente

Todo comenzó un día en el cual no debía comenzar absolutamente nada. De hecho, era un día como para terminarlo todo, ó, al menos, para quedarse en casa realizando una y otra vez cualquier cosa depresiva que tengamos por costumbre hacer. Él, sin embargo, no tenía intenciones de estar deprimido. Ese día -se propuso-, iba a disfrutarlo.

Lo empezó desayunando magdalenas con café, las favoritas de su ex-novia. Saboreaba lentamente cada bocado, como si con ello le demostrase a Lucía que él estaba perfectamente bien y que no le dolía en lo más mínimo que ella se hubiese marchado la noche anterior. “¿Por qué tuvo que hacerlo un día martes?”, se preguntaba, ya que hasta entonces los martes habían sido su día favorito. Nunca antes le había sucedido nada malo un martes.

Los jueves, en cambio, eran para él detestables. Los odiaba desde el colegio, cuando las peores materias siempre le tocaban ese día. “¿Será que ahora se invirtieron los papeles?”, pensó, y se le ocurrió que podría comprobarlo al día siguiente, que dicho sea de paso, era feriado además de jueves. Revisó entonces el periódico en busca de un buen destino para ese fin de semana largo (el viernes, por supuesto, no trabajaría), y se decidió por un complejo vacacional ubicado cerca del mar a unas tres horas de su casa. El paquete incluía traslado en un autobús de lujo hasta el hotel, desayunos, almuerzos y shows nocturnos, todo por un precio bastante razonable. El único problema era que partían esa misma noche, y, por ende, no estaba seguro de poder conseguir un cupo. Sin embargo, para su sorpresa, sí lo consiguió.

El autobús de lujo era bastante cómodo, y se podía dormir plácidamente en él una vez que te acostumbrabas a las tres o cuatro luces de lectura que permanecían encendidas en los puestos de los pasajeros insomnes. Fernando, por suerte, no era uno de estos, por lo que pudo dormir durante casi todo el recorrido. Eran las once y media de la noche cuando finalmente despertó, treinta minutos antes de llegar a destino. A su lado, el asiento que al dormirse se encontraba vacío, ahora lo ocupaba una joven rubia muy bella que lo miraba fijamente a él, cosa que, obviamente, le incomodó. “Disculpa”, le dijo con voz suave la chica, “es que aposté conmigo misma a que seguramente tenías unos preciosos ojos y quería saber si estaba en lo cierto”.

Fernando creyó que aún estaba soñando. Trató de calcular cuántas veces le había pasado algo parecido en su vida, pero nunca pasó de cero. “¡Espero que no hayas perdido mucho con la apuesta!”, alcanzó a decirle mientras salía del letargo en el que se encontraba. Ella, sonriendo, le susurró al oído que había ganado. “¿Y qué vienes a hacer a Villa Paraíso?”, le preguntó la chica tratando de romper el hielo. “Divertirme… espero”, fue la elocuente respuesta de él. “Me parece bien”, le apoyó ella, “¡te prometo que no te vas a aburrir!”, y mientras decía esto, le extendió una mano y agregó: “¡Por cierto, Anabella Rocco, encantada!”. “¡Fernando, un placer!”, respondió él al estrecharle la mano. Los siguientes quince minutos consistieron de un monólogo con ínfulas de conversación de ella que su compañero cortésmente simuló disfrutar. Al llegar, luego del check in y del cóctel de bienvenida, los dos recién conocidos prosiguieron su “conversación” en el bar del hotel. De lo que pasó después, es poco lo que Fernando pudo recordar al día siguiente.

Cuando abrió los ojos por la mañana, sintió enseguida un terrible dolor de cabeza. Mareado, se levantó de la cama con intenciones de ir al baño, pero se llevó una pequeña sorpresa cuando vio a su alrededor. Junto a él, yacía desnuda e inerte la joven que había conocido horas antes. Su cuerpo estaba repleto de manchas de sangre, así como las sábanas de la cama, las paredes, y prácticamente toda la habitación. Todo era rojo a los ojos de Fernando, quien asustado llegó dando tumbos al cuarto de baño, donde pudo constatar que afortunadamente no había un solo rastro de sangre sobre él. “¿Qué había sucedido?”, se preguntaba, aunque el preservativo que aún llevaba puesto le daba alguna idea de lo que pudo haber pasado.

Aún desnudo, salió de la habitación a buscar ayuda, pero todo en el hotel estaba cubierto de sangre. En el lobby, los cuerpos del personal que laboraba allí se encontraban desparramados por el suelo. El lugar parecía una morgue, y lo peor de todo es que nada tenía sentido. El dolor de cabeza de Fernando cada minuto era más pronunciado, y cuando se disponía a regresar a la habitación para vestirse, se desplomó en el piso inconsciente.

Al volver en sí, ya el dolor de cabeza se había desvanecido. No sabía cuánto tiempo había pasado desmayado, pero reconoció que se encontraba en su habitación del hotel. La diferencia, era que ahora todo estaba ordenado. Nada de cuerpos sin vida a su lado, nada de manchas escarlatas en las sábanas blancas, y nada de indicios de actividad sexual la noche anterior. Las maletas con las que había llegado al lugar se encontraban en el closet, y todo lo demás estaba prácticamente intacto, como si nada hubiese pasado.

“¡Buenos días, Señor!”, le dijo el recepcionista a Fernando en cuanto le vio pasar, “¿Se siente mejor hoy?”. “Si la policía me estuviera buscando por el asesinato de Anabella, no me darían los buenos días”, pensaba el aturdido hombre, “¡Seguramente, todo fue un sueño!”. “¡Buen día, estoy mejor, gracias!”, le respondió al recepcionista. Acto seguido, le inquirió: “¿me puede decir en cual habitación se encuentra Anabella Rocco?”. “¿Cómo dijo, Señor?”, le replicó el recepcionista con tono alarmado. “Anabella Rocco”, volvió a decir Fernando. “Señor, la señorita Rocco no se encuentra hospedada en ninguna habitación,” dijo el muchacho. “¿Cómo que no si ella se vino junto a mí en el autobús?”, argumentó el otro. “Señor, ella era la hija del dueño de este complejo vacacional”, explicó el recepcionista. “¿Era?”, replicó Fernando, a lo que el muchacho le contestó: “Sí señor, ella murió hace ocho años en un accidente de tránsito”. “¿Es un chiste?”, preguntó el que aseguraba conocer a la difunta. “¡Por supuesto que no, Señor!”.

La noticia, como era de esperarse, devastó a Fernando. ¿Era un fantasma la chica con la que había estado? Esta pregunta daba vueltas una y otra vez por su cabeza. No lo podía creer, para él se veía tan real y se sentía tan real ella, que le era imposible aceptar que todo había sido ó una experiencia paranormal ó una creación de su imaginación. Sin proponérselo, llegó hasta donde se encontraba el bar y ya que estaba allí, le pidió al cantinero un trago bien fuerte para tratar de calmarse. Sin embargo, cuando fue a pagar, se dio cuenta de que en su billetera no estaba su dinero, y sus tarjetas de crédito… tampoco.

Al mismo tiempo pero quinientos kilómetros más al sur, una joven pelirroja esperaba a que se llenara el tanque de gasolina de su vehículo alquilado. La acompañaba una peluca rubia en el asiento del copiloto, y un maletín lleno de barbitúricos escondido junto a la llanta de repuesto. Mientras esperaba, buscaba a su próxima víctima, pensaba en su próximo plan.

-H.G.