20051119

Un día como ningún otro

No creo que alguien haya estado atento ese día a las explicaciones de la Srita. Scott, la vieja inglesa que nos enseñaba Historia Universal en el colegio. Durante sus clases, las agujas del reloj parecían ir siempre en retroceso. ¿Por qué será que cuando estás aburrido el tiempo pareciera detenerse? En fin... los que no dormían, se entretenían dibujando caricaturas de la profesora en sus respectivos cuadernos ó anotando estupideces. Yo hacía esto último cuando de pronto uno de los alumnos interrumpió la emocionante charla sobre la Independencia de los Estados Unidos:

"Profesora Scott, lamento molestarla", comenzó diciendo Víctor, el siempre irreverente Víctor, "pero sucede que en estos momentos padezco de una repentina e insoportable comezón en los testículos y necesito ir al baño a calmarla. ¿Me permite ir?".

"¡Sí, claro, vaya!", para sorpresa de todos le respondió la sexagenaria docente, pero luego agregó: "¡Y de regreso, Señor León, me hace el favor y se queda en la dirección por soez!". Y mientras el reprendido muchacho recogía sus cosas con una fingida decepción por haber sido castigado, pude divisar una sonrisa en su rostro como si todo hubiera resultado como lo había planeado.

¿Qué se traía Víctor entre manos? Sin duda, tenía que ser más interesante que escuchar las aventuras de los padres de Norteamérica desde el punto de vista de una inglesa nazi. "¡Profesora!", la interrumpí esta vez yo, ¨¿es cierto lo que dicen de que George Washington tenía todos sus dientes de madera?". A lo que ella me respondió: ¨Eso dicen, pero la verdad es que nunca lo ví en persona como para conocer esos detalles irrelevantes sobre él". Fue entonces cuando vi mi oportunidad ideal para ganarme también un boleto sin retorno hacia la dirección, que en comparación con el ambiente del salón de clases era un paraíso. Lo que le dije fue: "¿Y por qué nunca lo vió? ¡Si yo hubiese estado vivo en esa época habría hecho hasta lo imposible por ver en persona a George Washington!".

Lo que siguió ya se lo pueden imaginar. La simpática Gertrude se sintió indignada y me pidió salir del salón. Yo fingí por un rato estar apenado por haberle faltado el respeto pero no lo suficiente como para hacer que se arrepintiera de su decisión, y, en pocos minutos, ya me encontraba adentro de la oficina de la directora del colegio. Se sentía un gran alivio cada vez que uno ponía los pies fuera del tedioso imperio de la segunda Dama de Hierro que había parido Inglaterra.

Una vez explicado el incidente en la dirección, y luego del respectivo sermón sobre cómo debía ser el comportamiento de todo alumno en tan prestigioso colegio, me remitieron a la sala de los castigados, es decir, la biblioteca. "¿Y tú que hiciste para que te castigaran?", me preguntó Víctor León en lo que me vio entrar. Yo, con una sonrisa en el rostro, le respondí: "Pues nada, que le dije "vieja" a la vieja", y los dos nos echamos a reír.

"¿Y cómo siguen tus testículos?", le dije lo más seriamente posible. "Ya sabes que eso lo inventé para que me mandaran para acá, de lo contrario no estarías aquí, ¿cierto?", me confesó él. "¡Pues no sé, uno nunca sabe con qué clase de cosas han estado en contacto tus partes íntimas!", le repliqué en broma. Víctor, haciendo caso omiso de mi comentario, me dijo: "Supongo que ahora querrás saber cuáles son mis planes para hoy, ¿no es así?". "Supones bien", le asentí, y él acercó entonces su morral para mostrarme algo.

"¿Qué hacen, niños?", nos preguntó una voz femenina de repente. Yo reconocí la voz, pero no quise levantar la vista para confirmarlo. Víctor, en cambio, sí la miró y le dijo: "Lo mimo que hacemos todos los días: ¡tratar de conquistar al mundo!". La verdad es que a Carla Alberti no le quedaba mal el papel de Pinky, pero hay que reconocer que no era tan tonta. Insufrible sí, y mucho, aunque solamente cuando quería serlo. "¿Y lo piensan conquistar sin mí?", nos inquirió la susodicha. "¡Sí!", le contesté en seguida. "¡Yo sí te caigo bien!, ¿verdad?", expresó sarcásticamente ella. A lo que yo le respondí: "¡Me encantas! ¡Lloro cuando no estás!", para seguirle el juego.

"¡Bueno, cuéntenme qué vamos a hacer entonces!", nos interrogó al cabo de un rato la recien llegada. "Vamos es mucha gente, ¡no se vista que no va!", le aclaré. Ella, indignada, replicó: "¿Y qué piensas hacer para evitar que yo no le vaya con el chisme a la directora apenas hagan algo ustedes?". "Hmm, ¡me pregunto como se verá el chicle que estoy masticando en tu pelo!", fue mi respuesta. "¡Atrévete!", me gritó la arpía. "¡No me tientes!", le aseveré yo.

"¡Ok, después continuan con sus declaraciones de amor, ahora déjenme explicarles lo que tengo en mente!", nos reclamó Víctor. Acto seguido nos mostró el folleto de una feria que se estaba realizando cerca de la costa. Ya yo había oído hablar de ese evento, pero nunca pensé que mi amigo tuviera pensado asistir. La zona donde se celebraba no era muy buena y cada año siempre ocurría al menos una pelea. "¿Y nosotros vamos a ir?", le cuestioné. "¡Claro!", asintió el de la idea: "Este es el plan: por donde estan los libros de biología, hay una puerta en el suelo que lleva hasta un sótano. Lo descubrí una de las tantas veces que he estado castigado aquí, y sé que por allí podemos salir a la calle sin que nos vean. Cuando estemos afuera, vamos al centro comercial donde tengo estacionado el carro de mi hermano (me lo prestó hoy y como no me permiten entrar manejando al colegio lo estaciono en los alrededores) y luego nos vamos a la feria".

"¿De verdad te piensas escapar? ¿Qué pasará cuando vengan a buscarnos y descubran que no estamos? ¡No quiero ni pensar en lo que me dirán en mi casa!", comenté yo". "¡Mira, no te voy a mentir diciendo que no va a pasar nada!", explicó Víctor, "Aquí y en tu casa se van a molestar bastante, pero esta es una rara oportunidad de hacer algo diferente e inesperado. ¡A veces nos hace falta hacer cosas sin pensarlas muy bien! ¿Quién se viene conmigo?". "¡Yo voy!", afirmó Carla rápidamente, y yo, para no parecer menos arriesgado que ella, decidí ir también. Después de todo, era un viernes.

La ruta de escape fue más sencilla de lo que esperaba. En menos de cinco minutos ya habíamos atravesado el sótano y estabámos casi en la calle. A los diez, ya nos montábamos en el carro del hermano de Víctor. "Yo traje ropa para cambiarme el uniforme del colegio aquí en el carro, ¿cómo harán ustedes?", nos preguntó el que iba a conducir. "Bueno... veo difícil que pueda ir a mi casa a cambiarme, así que me conformaré con quitarme la camisa del colegio y quedarme con la franela que llevo debajo", dije yo. "Yo tengo una muda de ropa en mi bolso, pero ni piensen que me voy a cambiar en el carro", aclaró nuestra acompañante, así que lo primero que hicimos cuando arrancamos fue buscar un baño decente donde Carla pudiera quitarse el uniforme.

"¿Qué hiciste tú para merecer que te castigaran?", le inquirí a Carla cuando ya nos dirigíamos a la feria. "Nada, simplemente me pareció sospechosa la actitud de los dos y le pedí a la profe que me enviara a la dirección para averiguar lo que estaban tramando ustedes y así irle con el chisme luego". "¡Ajá, y yo nací anoche!", le comenté. Entonces ella agregó: "Simplemente le escribí a una prima que por favor me repicara al celular y luego atendí su llamada en plena clase. Fue bastante fácil ganarme el premio, lo malo fue que la vieja me quitó el teléfono y ahora que me escapé no será sino el lunes cuando lo recupere". Luego de un rato, me dijo sonriendo: "¡Por cierto, Jorge, me dio mucha risa como te burlaste de ella!".

Me van a tener que disculpar mis malas costumbres. En especial, el hecho de que a estas alturas todavía no les haya hablado sobre quién soy, mi familia, qué me gusta hacer y todas esas tonterías. Como se acaban de dar cuenta, mi nombre es Jorge y vengo de una familia de narcotraficantes y contrabandistas. No realmente. Mi familia es bastante normal -demasiado diría yo- y no hay nada interesante que destacar. Tampoco es relevante para lo que quiero contar, así que mejor los dejo al margen del relato, no vaya a ser que se enteren de que ando revelando sus intimidades por aquí y luego me obliguen a disculparme.

Volviendo a nuestra escapada, el día en la feria no pudo haber sido mejor. Pasamos el resto de la mañana y toda la tarde entre el parque de atracciones y un circo al que asistimos en contra de mi voluntad. Por suerte, los tres cargábamos dinero suficiente para disfrutar de las instalaciones. Todo transcurrió normalmente salvo dos o tres veces en los que Carla tuvo que vomitar luego de alguna montaña rusa o del barco. En el circo, me burlé bastante de ella diciéndole que se parecía mucho a las jirafas. Debo admitir que no estuvo tan insoportable como yo pensé que iba a estar. De hecho, hasta se puede decir que estuvo simpática.

Nuestro almuerzo y nuestra cena fue comida chatarra, y en el ínterin, la merienda fue bastante algodón de azúcar, chocolates y demás exquisiteses que tanto bien le hacen a nuestro organismo. La cara de Carla al pensar en cuántas calorías consumía con cada bocado era todo un poema. Pocas veces me había divertido tanto como ese día, por lo que cuando la noche comenzaba a hacerse presente, ya yo estaba lo suficientemente satisfecho como para pensar en ir a casa. "¡Ahora es que viene lo bueno!", me dijo Víctor cuando le sugerí irnos, "Ahora viene una fiesta electrónica con varios DJs y lo mejor de todo, gratis". "¿Fiesta electrónica?", le pregunté yo, "¿Un rave? ¿Qué vamos a hacer nosotros en un rave?". "Pues divertirnos, ¿qué más?", me contestó rápidamente Carla. Entonces, sin mucha emoción, agregué: "Si tú lo dices... ¡Divirtámonos entonces!".

Para ser honestos, la fiesta electrónica no fue tan mala después de todo. No la pasé de lo mejor, pero definitivamente tampoco estuvo mal. La música era aceptable y si tú no te metías con nadie, nadie se metía contigo. No nos preguntaban la edad al comprar las bebidas, por lo que no teníamos inconveniente alguno en beber cerveza. Había de todo entre los asistentes al rave: gente loca, gente normal, raros, fritos, góticos, punketos, viejos y hasta menores de edad como nosotros. Víctor y yo nos habíamos colocado en un extremo para conversar con unas amigas que él se había encontrado, y Carla se fue por su cuenta a explorar el lugar al ver que ya no era el centro de nuestra atención.

Pasamos un buen tiempo conversando con las amigas de Víctor, las cuales no tengo idea de cómo se llamaban. Tampoco recuerdo de qué hablábamos, porque a decir verdad, no me emocionaban mucho sus temas de conversación. Tal vez mi amigo sí recuerde de qué iba la charla, porque él se mostraba más interesado que yo en la misma. Mucho más interesado que yo.

De pronto, sin saber por qué, comenzó a preocuparme Carla. Habían pasado cerca de dos horas desde la última vez que salió a dar una vuelta ella sola, por lo que me excusé con Víctor y sus fascinantes amigas para ir a buscarla. Es difícil encontrar a alguien en una fiesta llena de gente, de noche y al aire libre, por lo que me costó mucho conseguirla. Estaba con unos hombres, de veinte años o más, que al parecer tenían intenciones de aprovecharse de ella. Parecía estar ebria, porque le costaba mucho mantenerse de pie. Prácticamente la sostenían sus acompañantes, quienes aprovechaban para manosearla. Yo sabía que tenía que sacarla de allí si no quería que le sucediera nada que lamentar.

Ni en mis sueños iba a salir ganando yo si le buscaba pelea a ellos. Aún con la ayuda de Víctor, no íbamos a poder con tantos, y eso sin tomar en cuenta que eran más grandes. Al fin y al cabo, eran universitarios. Entonces cogí una botella de vidrio del piso y sacrificando un poco de fuerza en el tiro con tal de ser preciso, se la lancé a la cabeza del que parecía ser el líder de los abusadores. Por supuesto, el golpe lo enfureció, y como nadie me había visto con las manos en la masa, comenzó a buscarle pleito al primero que vio, por aquello de ser macho y no quedarse con esa. Se formó una tángana de todos contra todos, y mientras tanto, yo aproveché para acercarme hasta donde estaba Carla y llevármela de allí. Ella no podía ni con su alma, por lo que tuve que cargarla sobre mi hombro derecho para hacerlo. Por suerte, ella no era muy pesada.

Corriendo, llegué hasta donde estaba Víctor y lo obligué a irnos de inmediato. No podíamos dejar que los queridos amigos de Carla nos vieran con ella. Ya en su auto, le expliqué lo que había pasado. Nos paramos un momento en una estación de servicio a comprar mucha agua potable para ella, y luego decidimos ir volando hasta su casa para que la llevasen a un médico. Ella ya estaba inconsciente, pero no hacía falta verle las pupilas para saber que no estaba ebria, sino drogada. No sabíamos que clase de droga le habían dado y no podíamos esperar a que pasara el tiempo para averiguar cómo reaccionaría su organismo.

"¿Qué le vamos a decir a sus padres cuando lleguemos?", le interrogué a Víctor mientras íbamos en camino, quien a pesar de lo que había bebido, se encontraba en condiciones de conducir. "¡Hola, Señora Alberti. Aquí le traemos a su hija toda drogada, pero no vaya a creer que fuimos nosotros los que la drogamos. ¡Fueron otros!", agregué. "¡Seguro nos creen! ¡Cómo no!". "¡No lo sé, Jorge! Lo importante ahora es que Carla llegue sana y salva", me dijo sabiamente él. En esta disyuntiva nos encontrábamos cuando faltando una o dos cuadras para llegar a la casa vimos a varias patrullas de policía frente a la misma. "¡Detente, Víctor!", le ordené. "¿Qué pasa?", me preguntó mientras desaceleraba. "Que nos crean sus padres es difícil, pero que nos crea la policía es imposible. Mínimo cinco años de cárcel nos meten. Si sus padres llamaron a la policía es porque piensan que Carla se fugó o que la secuestraron. ¿Qué crees que dirán cuando la vean llegar con nosotros y en semejante estado?", le expliqué. "¡Tienes razón, mejor vámonos de aquí y dejémosla en la sala de emergencias de alguna clínica!", me dijo. "¡Buena idea!", exclamé.

Era buena la idea, o así parecía en el momento, pero cuando nos disponíamos a seguir de largo uno de los policías nos hizo señas para que nos detuviéramos. No porque supieran quiénes éramos, sino porque seguramente querían revisar nuestros papeles. Claro que detenernos no era una opción. Menores de edad conduciendo un auto a altas horas de la noche, con algo de alcohol etílico en la sangre, y con una chica también menor de edad a bordo totalmente drogada y que además era la persona a la que buscaban. ¿Qué iban a pensar? Definitivamente, detenernos no era una opción.

No hace falta decir que seguimos de largo, y tampoco que comenzaron a seguirnos al ver que le hicimos caso omiso a sus indicaciones. Es increíble cómo en pocos segundos nos encontrábamos en toda una persecución policíaca como en las películas. De verdad que Víctor era muy hábil al volante y hacía todo lo que podía para evadirlos, a pesar de que experiencia escapando de agentes del estado era algo que no tenía. No sé cómo lo logramos pero en poco tiempo nos encontrábamos a toda velocidad por la carretera de la costa. No sabíamos adónde nos dirigíamos, sólo nos interesaba escapar de los oficiales. Sin embargo, tuvimos que detenernos de repente cuando vimos a varias patrullas esperándonos en el medio del camino. Estábamos rodeados y no teníamos escapatoria.

"Si nos entregamos, ahora menos que menos nos creerán. ¡Ni en diez años saldremos de la cárcel!", me dijo Víctor luego de cinco minutos en silencio viendo a las patrullas a nuestro alrededor. "¡No lo sé, pero pase lo que pase, tuve un día como ningún otro y no me arrepiento!", comenté, "Si pudiera echar el tiempo hacia atrás, lo único que habría hecho diferente sería dejar a Carla sola en esa fiesta". "¡Fue un buen día, sí!", me afirmó él. Luego, mirando hacia el borde de la carretera, el que daba hacia el acantilado, me preguntó: "¿Vamos a por el todo?".

¿Qué mejor día para morir que uno totalmente diferente al resto de tus días? Después de unos segundos en los que casi toda mi vida pasó frente a mis ojos, le respondí a mi irreverente amigo: "¡Al carajo con todo!", y dándole la mano le dije: "¡Fue un placer acompañarlo en este paseo!". Víctor giró entonces el volante, bajo el vidrio de su ventana, y haciéndole la señal de costumbre a la gente que nos rodeaba, puso en marcha a toda velocidad el vehículo con rumbo hacia el vacío. "¡Gerónimo!", gritó lleno de euforia a medida que caíamos. Lo único que puedo decir sobre ese último momento, es que fue como ir en una montaña rusa, pero sin esa sensación de seguridad que te da el hecho de saber que al final del trayecto, todo estará bien.

Seguramente, ahora se estarán preguntando cómo es que estoy contando todo esto si sucedió lo que acabo de narrar. No hay manera de sobrevivir a semejante caída. Sin embargo, la explicación ya la dí hace bastante rato. En las clases de Doña Gertrude Scott, algunos se divierten haciendo caricaturas de ella en sus cuadernos, y otros -como yo-, simplemente escribiendo tonterías.


Canción para acompañar:

* Fastball- "Fire Escape" (Vieja pero buena).

Película recomendada de la semana:

* "Belleza Americana" (1999) [7.5/10]. Director: Sam Mendes. Cast: Kevin Spacey, Annette Bening, Thora Birch, Mena Suvari.

-¡Qué disfruten sobrevivir una semana más!

-H.G.

10 comentarios:

cinodo dijo...

la imaginación no tiene limites y eso es una bendición.

Alejandra Rivers dijo...

Ufffff... ya me estaba esperando que contaras cómo fue el milagro que te salvó de esa caída, jeje!. Menos mal que no hice trampa para ver el final antes de tiempo, me aguanté en suspenso y nuevamente caí por inocente.
¡Dios bendiga esa imaginación!

Saludos desde el otro lado del charco :-)

Anónimo dijo...

*BOW*

¿Hay algo más que pueda hacer?

Fácil descubrir quién soy, disculpa pero no pude loggearme bien hoy.

Karl Andrews dijo...

tenias la inspiracion acumulada no? excelente relato!

Saludos
Karl

H.G. dijo...

cinodo: La imaginacion es una buena amiga. Muchas gracias.

alejandra: Que bien que no hiciste trampa! Gracias por tus palabras. Saludos!

Usuario anonimo: Te prometo que cuando termine el curso de adivino, descubrire quien eres. Mientras tanto, quedare a la expectativa. Saludos.

adriana: Con toda sinceridad te agradezco mucho tus palabras. Un fuerte abrazo para ti!

karl andrews: Algo asi. Gracias y saludos!

Alejandra Rivers dijo...

Respondiendo a tu pregunta:

Llevo 5 años ya viviendo por este lado del mundo... Venezolana como la arepa, pero ahora intentando gringolizarme un poco ;-)

Mariu dijo...

Veo que no tenías absolutamente nada que hacer en tus clases, pero algunos nos beneficiamos de eso.

Buena la historia.

Saludos bien cortos (por si caso..jajajaja)

Anónimo dijo...

buena buena buena
pero Carla no lo hubiera contado al final, se hubiera muerto de palida

H.G. dijo...

Muchisimas gracias por tus palabras, Jeanne: y en cuanto a tu decimo cuarta postdata, si dijese que el final de Thelma&Louise no influyo para nada en el cuento, estaria mintiendo.
Hasta luego, Marty!

Anónimo dijo...

es un muy buen relato si es que tienes 15 años o menos y si no es así, pues deberías escribir historietas para niños.
Es solo mi opinion.