20101107

Religión sin religiones

Los mejores amigos no son aquellos que más tiempo han compartido contigo, ni los que se ríen de todos tus chistes o te acompañan de fiesta en fiesta. Los mejores amigos son los que, de una u otra manera, piensan como tú. Pocas cosas pueden superar la sensación que provoca conversar con alguien que llega, genuinamente, a las mismas conclusiones a las que has llegado por sus propios medios. La forma de pensar es, tal vez, la característica más importante y también la más subestimada a la hora de evaluar a una persona.

Es tan vital la forma de pensar que muchas veces sin estar conscientes de ello, acabamos rodeados de personas que opinan de manera semejante a nosotros. El punto negativo de esto es que, en varias ocasiones, cuando nos vemos en medio de gente con ideas muy diferentes a las nuestras, tratamos de forzar nuestra forma de pensar en ellos. Si no piensan como yo, entonces están mal.

Sucede en política y en cuanta actividad humana exista, incluso en lo concerniente a aficiones deportivas, pero sobretodo ocurre, con consecuencias mayoritariamente catastróficas, en todo lo relacionado con religión. Si no crees en lo que yo creo, entonces debes ser castigado.

Así, vemos a católicos “evangelizando” a tribus indígenas para que abandonen sus creencias paganas y se postren a adorar a Dios … y eso dejando de lado a las infames cruzadas. Musulmanes suscribiéndose a una guerra “Santa” en contra de los infieles, es decir, nosotros; simplemente porque no compartimos sus creencias. Judíos conformando comunidades muy cerradas debido a que son el pueblo predilecto de Dios y todo lo ajeno a ellos es impuro. Testigos de Jehová visitando casa por casa tratando de persuadir a los valientes que los reciben para que se unan a ellos: los únicos que serán salvados y vivirán eternamente luego del Juicio Final… y también observamos a ateos tratando de convencer al resto del mundo de que Dios no existe.

¡Tantas muertes se han causado en el nombre de Dios! Y lo peor es que realmente no sabemos quién es Él. Todas las religiones del mundo, mayores y menores, incluyendo a los ateos, creen tener la razón… mas, lo más probable, es que ninguna la tenga. La verdad es simple: no sabemos. Por ejemplo: las religiones cristianas basan sus códigos y creencias en la Biblia, aceptada y reconocida como la Palabra de Dios, pero acaso hay garantía, aún aceptando como cierta la historia de Jesucristo, de que todo lo escrito en el Antiguo y Nuevo Testamento provino de las plumas de personas sagradas e iluminadas por Jehová, y no de algún arameo con mucha imaginación? Ni siquiera sabemos por cuántas manos pasó la Biblia durante el período conocido como “Oscurantismo” para andar afirmando que el libro realmente es sagrado. Y algo similar ocurre con el Corán, las Sagradas Escrituras del pueblo judío y con todo libro sagrado de cualquier religión (ya que todas tienen al menos un libro sagrado).

Como le dije a un amigo ateo recientemente: “yo no te puedo demostrar científica e irrefutablemente que Dios existe, pero tú tampoco me puedes demostrar lo contrario”. La única forma de saber a ciencia cierta qué hay después de la vida es muriendo… y para entonces ya es muy tarde para contarle al resto del mundo sobre tu descubrimiento.

A la final, cada quien debe creer –o no creer-, en lo que quiera, en lo que más le llene. A mí me satisface creer que sí hay un Dios, y que al morir nos reencontraremos con todos nuestros seres queridos que poco a poco nos han ido abandonando si somos buenos y no le hacemos daño a nadie. Pero si a otra persona le gusta creer en Allah, Krishna, Yahvé, Jehová, Ra, Zeus o Maradona: ¿Quién soy yo para impedírselo?

¿Por qué tenemos que convencer al prójimo de que crea en lo que yo creo? Mientras no se le haga daño a nadie, cada quien que tenga fe en lo que quiera creer.

Como dijera el gran filósofo McCartney: “Live and let die!”.