20080823

Bajo los manteles

Pocas cosas son tan divertidas para un niño como asistir a la recepción de una boda. El ambiente festivo y alegre de los matrimonios junto con el hecho de tener la oportunidad de jugar y corretear por todos los rincones junto a los demás niños invitados siempre provoca, o al menos lo hacía en mi, un buen estado de ánimo... y eso sin tener en cuenta la buena comida que nunca falta en este tipo de celebraciones.

En mi caso particular, había algo más que disfrutaba muchísimo hacer en las grandes fiestas. No sé si todos los demás niños también lo hacían o si era que yo tendía a ser anormal, pero a mi me encantaba, en un momento dado, levantar el mantel de la mesa y meterme debajo de ella. La sensación era muy agradable, porque a pesar de que el bullicio de la fiesta te mantenía consciente de que había mucha gente a tu alrededor, sabías perfectamente que no te podían ver ni escuchar donde estabas, y además, sentías como si nada malo te podría ocurrir nunca mientras estuvieses bajo los manteles. En otras palabras, era como estar presente sin estarlo.

Hace unos días alguien me preguntó qué esperaba encontrar yo en una mujer, ó, dicho de otra forma, cómo era mi mujer ideal. Mientras pensaba en una respuesta, llegué a la conclusión de que listar atributos tanto físicos como emocionales o de personalidad, no tenía ningún sentido. Había conocido personas muy bellas, de todos los gustos y colores, que no me habían producido absolutamente nada. Del mismo modo, había estado en contacto con mujeres muy inteligentes, o con un gran corazón, y que tampoco llegaron a quitarme el sueño. Y aquellas que sí lo habían logrado, yo jamás las consideré perfectas ni inmaculadas, más bien, por el contrario, estaba muy consciente de sus defectos... y, sin embargo, me habían enamorado.

Como respuesta a la pregunta que me hicieron, en el momento no pude evitar listar atributos que no puedo negar que me agradan, como que tengan confianza en sí mismas, que sean listas, tengan buen sentido del humor, no sean amargadas y también que sean algo coquetas. No obstante, luego me quedé pensando y me di cuenta de que, simplemente, lo que yo espero encontrar es a alguien que me haga sentir bien. ¡Así de simple! Y no sé por qué me vino a la mente la idea de estar debajo de los manteles de una mesa, rodeado de muchas personas, y sintiéndome seguro. Quizá sea que así es como yo me quiero sentir. Que lo que deseo, después de todo, es a alguien que encaje tan bien con mi forma de ser, que acepté introducirse conmigo bajo un mantel imaginario a un lugar donde nada ni nadie más importa. Sólo ella...

Lo demás, será un ruido tenue que poco a poco se irá disipando con el viento.


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Últimamente, no he visitado casi ningún otro blog. De hecho, si se fijan en la frecuencia con que he actualizado a mi blog recientemente, se darán cuenta de que incluso a este lo tengo abandonado. Durante un tiempo, se me fueron las ganas de escribir, y cuando me volvieron -recientemente-, no se me ocurría nada para el blog sino para otra cosa que llevo en paralelo. Aún hoy me está contando hallar sobre qué escribir acá, pero supongo que será cuestión de volver a retomar la práctica.

20080803

De tragedias y entusiasmos

No hay mal que por bien no venga. Cada día me convenzo más de la veracidad de este refrán. No siempre, sin embargo, el "bien" al que se refiere esta expresión se trata de algo tangible o fácil de notar. La mayoría de las veces, pienso yo, la mejora en nuestras vidas que una mala racha nos puede dejar, se refleja más que todo en el cambio que se produce en nuestro carácter. La variación en nuestra forma de actuar y de percibir las cosas.

He conocido personas que han tenido una vida si bien no perfecta, por lo menos relativamente sencilla. Seres a quienes nunca les faltó nada, que siempre estuvieron rodeados de gente que velaban tras ellos y les daban cariño, y que el hecho más nefasto que les pudo haber sucedido fue presenciar discusiones entre los padres o no haber contado con mucha popularidad entre sus compañeros de clases. Eventos definitivamente no agradables, pero tolerables. No obstante, en la gran mayoría de los casos -tampoco son todos-, estas personas son bastante infelices, bien sea porque no están conformes con lo que tienen, o porque tienden a exagerar las pocas cosas malas que les ocurren.

Por otro lado, he conocido a personas que han padecido tragedia tras tragedia, de esas que cambian tu vida, como por ejemplo la pérdida del hogar por culpa de un desastre natural, o de seres queridos -e inclusive de funciones corporales- en accidentes de todo tipo. Gente que han protagonizado momentos desesperantes de aquellos que sólo creemos ocurren en las películas, y que, a pesar de todo, por lo general están llenos de optimismo y de buena actitud ante la vida. Tampoco puedo decir aquí que esto ocurre en todos los casos -depende también de la persona-, pero sí en la mayoría.

Parece paradójico esto, ya que lo lógico sería que fuese al revés lo que acabo de explicar. Mas, para mí, tiene sentido. Aquellos que han sufrido mucho, han aprendido también a apreciar lo bueno que hay en sus vidas; mientras que aquellos que no, tienden a darle más valor a todo lo que no tienen.

Yo he tenido mi dosis de nefastos sucesos en mi vida, pero han sido muy recientes por lo que aún tiendo a estar más dentro del grupo de los inconformes que en el otro. Sin embargo, creo que no será por mucho rato, porque cada vez que conozco a una persona que mantiene el entusiasmo por la vida aún cuando le sobran las razones para no mantenerlo, veo a un ejemplo a seguir que me da motivos para yo también entusiasmarme.

-H.G.