20070210

El mundo bajo las sábanas

Quien no haya jugado bajo las sábanas de su cama imaginando que se encontraba en una fortaleza secreta, no disfrutó de su niñez. Era la misma sensación que producía esconderse debajo de las mesas en una fiesta, en ese rincón donde se atenuaba el ruido de la música distorsionada y éramos inmunes a las miradas ajenas. Era como estar presentes sin estarlo, como si una sábana o un mantel fuesen capaces de actuar como un portal a una dimensión paralela. Una dimensión donde nos sentíamos seguros... seguros e invencibles.

En cierto modo, esta era la forma en la que nos sentíamos también cuando nos encontrábamos en nuestros hogares. Ese lugar que asocíabamos con paredes y fachadas, pero que abarcaba mucho más que eso. Nuestra casa representaba una especie de taima virtual para cualquier problema que nos agobiase en la calle. Allí, nuestros padres se encargarían de velar por nuestro bienestar y protegernos. Bajo el cristal de la inocencia, todo era perfecto.

Y es que es tan agradable esa sensación de invulnerabilidad y tranquilidad, que siempre en nuestra vida buscamos la forma de aferrarnos a todo aquello que nos haga sentir así por lo menos un minuto. Por desgracia, al crecer nuestra imaginación se deteriora o la dejamos de lado para darle prioridad a las cosas de "gente grande", por lo que las sábanas y los manteles ya no funcionan muy bien como portales; y nuestros hogares, sufren las consecuencias de que padezcamos un caso severo de madurez y crecimiento.

Nuestros problemas pasan a ser más complicados, y peor aún, responsabilidad nuestra. Algunos, debemos irnos prematuramente a otros lugares con la finalidad de lograr una meta. En el camino, perdemos un hogar, ó al menos la sensación de pertenecer a uno. Nos damos cuenta de que un hogar no son las cuatro paredes que lo conforman, sino el calor humano, el cariño y el afecto que de él recibimos, cosas muy difíciles de conseguir en otros destinos en igual proporción que la que había en nuestros lugares de origen. Sin embargo, una vez de vuelta en las casas donde crecimos, nos topamos con que todo está diferente y las cosas han variado. Nos perdemos de muchos momentos importantes, y en el proceso de adaptación a la distancia, acabamos realmente distanciados.

Extrañamos un lugar que ya no existe, y lo extrañaremos hasta que hayamos construído nuestro propio hogar. Un nuevo refugio donde más allá de sentirnos protegidos, seremos nosotros más bien los que protegeremos a los modernos habitantes de aquellos mundos situados bajo una sábana y sobre muchas ilusiones.

Mientras tanto, sólo nuestra imaginación nos separa de esa otra dimensión.


- ¡Qué disfruten sobrevivir una semana más!

-H.G.

20070204

Días de Primer Mundo

Dos huevos en la sartén. Dos rebanadas de pan en la tostadora. Un pensamiento en su mente. Quince minutos para desayunar. Tenía calculada la hora exacta a la que debía de salir de su apartamento para poder llegar justo antes de las 8:30 a la estación de trenes. Siempre cogía el tren que partía a esa hora.

Veintidos minutos le tomaba al ferrocarril llegar a su destino y siete le tomaban a él llegar a su puesto de trabajo. Cuando el reloj marcaba las nueve de la mañana, Simón ya se encontraba frente a su PC leyendo sus correos, retomando las actividades que había dejado inconclusas el día anterior y que volvería a dejar inconclusas a la hora del almuerzo.

"Hi! How are you?", saludaba cortésmente a los compañeros que se encontraba a medida que caminaba hacia la sala de los microondas. Al principio, le chocaba mucho tener que hablar en un idioma distinto al que predominaba en sus recuerdos, pero ya se había adaptado un poco. Ocho minutos calentaba en el horno la comida que la noche previa se había cocinado él mismo. No sabía ni remotamente parecida a la que su mamá le preparaba en otros tiempos, mas al menos cumplía la función de alimentarlo. Prepararse su almuerzo le permitía disminuir los gastos. Tenía que ahorrar lo suficiente para poder llevarse a su familia con él.

A las cinco en punto, todo el mundo interrumpía lo que hacía y se iba a su casa. Simón también. En menos de cuarenta minutos, ya se estaba bajando del tren que lo devolvía a la zona donde quedaba su piso. Si el clima se lo permitía, él prefería caminar desde la estación de trenes hasta el edificio donde vivía. Incluso tenía contados los pasos que esto le tomaba.

Alrededor del paso número 46, Simón cruzaba frente al Teatro Principal de la ciudad. A veces, el estreno de una película se produciría allí y podía ver al remolino de gente aguardando la llegada de los actores. Otras veces, realizaban conciertos de bandas que él no conocía, pero que estaba seguro que a sus amigos les habría encantado haber asistido. "¡Qué lástima que no estén aquí!", algunas veces se lamentaba, y luego continuaba con su camino.

Ya en su hogar, preparaba su cena y el almuerzo del siguiente día. Se conectaba a internet para hablar con su madre que se encontraba a quince horas de distancia, y luego veía algo de tv para relajarse un rato. Lamentablemente, relajarse le costaba mucho últimamente, porque lo agobiaba un pensamiento que persistía en su mente día y noche: "¿Soy feliz?".

"¡Claro que sí!", se repetía a si mismo, aduciendo que vivía en un país de primer mundo seguro y estable, laborando en algo acorde con su profesión y recibiendo un salario mayor del que recibiría en su país. ¿Cómo no iba a serlo?

Sin embargo, en sus adentros sabía que algo le faltaba. A veces, tenía ganas de hablar con alguien que le entendiera realmente o le provocaba salir a pasear por la ciudad, mas no tenía con quién hacerlo. La gente en el lugar donde se encontraba era muy cordial y amable, pero también era muy distinta a él. Tenía muchos conocidos en la región, aunque nunca como los amigos que había dejado atrás, los que de verdad lo conocían tal y como él era. Tampoco tenía a su familia consigo, con la que podía apoyarse en los momentos de flaqueza. En los momentos de depresión, sabía que estaba sólo.

Cuando partió de su tierra, pensó que sería más fácil todo. Que le sería sencillo sustituir a sus viejos amigos en su nuevo mundo, y que el vacío producido por la lejanía de sus familiares podría ser llenado en gran medida por la presencia de su novia, quien ya había emigrado. Pero hay un problema con dar las cosas por sentado y es que nada en el futuro está escrito. Podemos hacer muchos planes siempre, mas debemos estar preparados por si nada sale como pensábamos, porque lo peor que podría pasar... algunas veces ocurre.

En su afán por vivir bien, Simón ignoró que en la vida es mejor tener un poco de todo, que mucho de algo. La buena noticia para él es que, a pesar de que no hay vuelta atrás, la vida continúa y puede luchar por mejorar su situación. En sus manos está no cometer el mismo error.

Son las 7:00 am cuando suena de nuevo el despertador de Simón. Otro día más que comienza de la misma manera que el anterior. Otra oportunidad más para demostrar que algo hemos aprendido.


Canción para acompañar:

* Snow Patrol - "Open your eyes"


- ¡Qué disfruten sobrevivir una semana más!

-H.G.