20090608

Entre las Líneas de Nazca

Juntó un par de veces sus talones con la esperanza de que algo mágico ocurriese, pero nada pasó. Miró a su alrededor, y vio que seguía sentada en el mismo tranvía que cada día tenía que tomar para llegar a casa. Se observó a sí misma en el espejo de su estuche de maquillaje y no encontró ningún vestigio de felicidad en la imagen que veía. Hacía rato que su vida había perdido toda clase de emoción. ¿Cuándo exactamente había sucedido esto? No lo sabía. Lo que sí sabía, era que algo tenía que ver con la persona que llevaba ya nueve llamadas perdidas a su móvil: su novio.

¡Qué lejanos le parecían aquellos primeros días de noviazgo! Cuando sentía mariposas en el estómago cada día que sabía lo iba a ver, y se moría de ansiedad cada vez que él se demoraba más de cinco minutos en responderle un mensaje. ¡Todo era tan bonito! Lo extraño, le parecía a ella, era que tan solo habían transcurrido dos meses y medio. “¿Cómo se puede desgastar tan pronto una relación?”, se preguntaba. Se le había oxidado la ilusión sin que se diera cuenta de ello.

- . -

Varios días transcurrieron desde el momento en el que Ana tomó lo decisión de romper con su novio, y el instante en el que realmente se atrevió a hacerlo. Sin embargo, él ya se lo esperaba. Tenía que ser tonto, ciego y sordo para no percatarse de que las cosas no andaban bien. La diferencia estaba en que Carlos veía las cosas desde una óptica optimista en la que todo podía mejorar, y Ana, lo hacía desde una un poco más fatalista. Para ella, ya nada tenía remedio.

“¿Ya no me quieres?”, le preguntó, serenamente, él a Ana.

“No lo sé. Creo que ya no. De hecho, creo que ahora te resiento”, le respondió ella.

“¿Me resientes por qué? ¿Qué te hice que fuese tan grave?”, le inquirió Carlos.

“No se trata de algo en particular que me hayas hecho, sino de muchos pequeños detalles: cosas que sueles hacer o tu manera de actuar en ciertos momentos, que chocan conmigo y me molestan, y que se fueron acumulando hasta volverse prácticamente insoportables”, le explicó la chica resentida.

“Pero si no te molesta quien soy, sino ciertas costumbres que tengo, por decirlo así… ¿no crees que si me decías cuáles eran las que no te gustaban, yo podía dejar de hacerlas?”, le refutó su nuevo ex.

“Yo lo hacía, no directamente, pero sí sutilmente con mis reacciones y con indirectas. Por ejemplo, una de las cosas que me irritaban era que siempre te ofrecías para acompañarme a todas partes: ¿no te hablaba yo todo el tiempo de que me gustaba que me dieran mi espacio?”, dijo Ana.

“Sí, pero yo nunca imaginé que a ofrecerme para ir contigo a algún lugar, lo vieses como una violación a tu espacio. No lo hacía por celos, sino para compartir más tiempo contigo. Además, tú nunca reaccionaste de mala manera o me diste un NO tajante, sino que siempre me diste excusas”, agregó Carlos.

La excusa que recibió de ella esta vez fue: “No quería hacerte sentir mal”.

“¡No creo que me hubiese sentido peor que ahora!”, pensó en contestarle Carlos… pero se contuvo y no lo hizo. No quería mostrarse vulnerable. Le dolía bastante que las cosas no hubiesen funcionado con Ana, a quien había querido mucho, mas no lamentaba que rompieran. Todo lo contrario: se sentía aliviado, ya que las últimas semanas junto a ella le habían producido muchas angustias. ¿Acaso no es terrible vivir deshojando a una margarita? Por eso se hizo la siguiente nota mental: pasaría la página y no buscaría una reconciliación con ella. Prefería concentrar sus esfuerzos en encontrar a alguien que no tuviese tantos problemas para expresar sus opiniones y emociones.

- . -

¿Fueron los incas o los mayas? Ana no estaba segura de quiénes los habían hecho, pero sabía que había leído alguna vez sobre una cultura prehispánica que realizaba trazados en la tierra que, vistos de cerca, no eran más que surcos en el suelo; mas, si se veían desde una gran altura, conformaban formas y figuras geométricas sorprendentes. Ella no necesitaba saber que en realidad es a la cultura Nazca a quienes se les atribuyen estos geoglifos, y mucho menos requería conocer los detalles que durante tantos años han dejado perpleja a la humanidad sobre el origen y propósito de estas “líneas”, Ana simplemente se sentía identificada con eso de tener que ver ciertas cosas desde una cierta distancia para poder apreciarlas debidamente. ¡Cuán relacionada con esto se sentía! Era como si las Líneas de Nazca estuviesen allí especialmente para ella: para recordarle que siempre hace falta un poco de perspectiva.

Ahora que había pasado cierto tiempo desde la ruptura con Carlos, ella sentía que los problemas que tanto la habían agobiado durante la relación, en este momento le parecían nimiedades. ¡Se le antojaban tan tontos y triviales! Era mucho mayor el peso de los aspectos positivos que su ex-novio tenía y que extrañaba. ¡Cuánta falta le hacía que la llamase todas las noches para saber cómo le había ido, escuchar sus consejos cuando los necesitase…. y su olor! Añoraba muchísimo poder recostarse de su pecho y percibir su aroma. ¿Por qué era que había decidido terminar con él? Ana a duras penas recordaba sus motivos.

Sin embargo, le dolía muchísimo que Carlos no la hubiese buscado más. Ella juraba que, al romper, él iba a bajarle la luna y las estrellas para que se reconciliasen, le admitiría que había actuado erróneamente, y le rogaría para que por favor le perdonase. De hecho, Ana nunca había descartado la posibilidad de que, a los días, volviesen a ser novios. ¿Por qué él no la llamaba? Lo que más le molestaba era lo seco que le respondía los mensajes de texto cuando ella le escribía con cualquier excusa. ¿Será que tan rápido ya tiene a otra? ¿Por qué ella, que había sido quien decidió ponerle fin a la relación, se sentía tan triste y lo extrañaba tanto, mientras él -al parecer- ya la había superado? No entendía cómo el que fue su pareja lo había logrado.

A pesar de que se moría de ganas por volver con él, ella jamás se lo pensaba decir. Era muy orgullosa para eso… y, de acuerdo con su criterio, él no se lo había ganado. ¿Cómo iba a ser ella quien diese su brazo a torcer? Nunca admitiría que obró mal ni que se precipitó con la decisión que tomó. Él era el hombre. Era Carlos quién tenía que ceder.

- . -

Carlos había adorado a Ana, pero ella le decepcionó bastante. No por el hecho de haber roto con él, sino por la manera como le había tratado hacia el final de la relación. Creía que ella había sido una inmadura. Por esta razón, no se le había hecho nada difícil seguir adelante y prepararse para vivir su vida sin la mujer que tanto había querido semanas antes.

De vez en cuando, Ana lo llamaba o le escribía bajo cualquier pretexto. Sin embargo, jamás le decía que lo extrañaba ni nada parecido; por el contrario, le hacía ver lo bien que se encontraba sin él. ¿Qué es lo que quería realmente? Carlos no la entendía.

Tal vez –pensaba el chico- si ella lo buscaba y le decía que lo quería y que estaba arrepentida de
todo lo que le había dicho, él consideraría volver con ella; pero si era él quien tenía que estar detrás de ella y suplicarle perdón para que hubiese una reconciliación, entonces jamás volverían a estar juntos. Carlos había hecho todo lo que estaba en sus manos para hacer que la relación funcionase, mas Ana no lo supo apreciar. La susodicha había perdido su oportunidad, y ahora a él le resultaba cada día más fácil no pensar en ella.

La felicidad es como una luciérnaga que revolotea a nuestro alrededor, pero nosotros, cegados por el velo del orgullo, muchas veces somos incapaces de verla aunque la tengamos de frente.

- . -

Una vez más, Ana se encuentra en el tranvía que todos los días debe tomar para llegar a casa. Se mira a si misma en el espejo de su estuche de maquillaje, y se ve aún más desanimada que antes. De nuevo, junta los talones de sus zapatillas de bailarina, esperando que un mago fantástico la transporte fuera del foso donde se encuentra, pero nada sucede. A diferencia de lo que ocurría en su película favorita, no había sido una bruja malvada quien la había puesto en la posición en la que se encontraba, sino que fueron… sus propias decisiones.


++++++++++++++++++++++++++++++++

Nunca fue mi intención pasar tanto tiempo sin actualizar el blog. Cuando tenía tiempo para escribir, no tenía ganas. Cuando tenía ganas, no se me ocurría sobre qué hacerlo. Y si se me ocurría algo, generalmente no era para este lugar, sino para otros proyectos. Así que entre una cosa y otra, no es sino ahora que vengo agregando una entrada nueva acá, la cual está inspirada -mas NO basada- en una fugaz historia de amor y dolor que vivió un amigo cercano.

Espero no volver a pasar tanto tiempo ausente.