20050323

Santa Semana

Contar los 4.268 listones de madera que había en el machihembrado nunca fue excitante, pero los primeros tres intentos de hacerlo lograban al menos distraerme. El reloj en el fondo se movía tan lento que siempre creí que las agujas giraban en sentido antihorario. Dos puestos más adelante, un anciano buscaba todo el tiempo la forma de disimular quedarse dormido, mientras una madre en el banco a mi izquierda luchaba por hacer que su pequeño hijo se levantara del suelo.

Un soplo de aire -que bastante falta hacía- llegaba de vez en cuando desde una de las puertas laterales que daba hacia la calle, trayendo consigo los sonidos de los niños que jugaban a lo lejos en una plaza. Los envidiaba por ser libres en ese momento mientras yo tenía que soportar lo tedioso de la ocasión. Además, la pésima calidad del sistema de sonido junto a las reverberaciones que se producían por doquier hacían casi imposible entender lo que el Padre intentaba decir desde su púlpito. Algunas personas tenían cara de que lograban descifrar claramente las palabras que llegaban a sus oídos y hasta parecía que les interesaba lo que escuchaban, pero yo nunca supe cuál era el método secreto para hacerlo. Me hubiese gustado conocerlo... tal vez así me habría aburrido un poco menos.

Esto se repetía en cada misa dominical que no lograba evadir. Sin embargo, muchas veces no era necesario entender el sermón para saber más o menos de qué se trataba. En Semana Santa, por ejemplo, cada sermón seguramente era uno de esos que comenzaba con la frase: "Semana Santa es una época para la reflexión... ", y que luego se extendía sobre este tema. Cada discurso realizado en ó para esta particular semana comienza de esa manera. Lo interesante de esa frase es que no está reservada únicamente para el clero, sino que también la utilizan editoriales de periódicos, miles de artículos de opinión y hasta gobernantes en sus mensajes para llamar a la precaución de los viajeros. Lo curioso de la frase, es que el 10% de los que la predican realmente reflexionan en Semana Santa, y mucho menor es el porcentaje de los que la escuchan y la practican. Lo cierto es que no debería ser Semana Santa la época para reflexionar, sino cada día del año; aunque entiendo que a lo que se refieren es a meditar sobre Jesucristo y todo lo que se conmemora en la Semana Mayor.

Lo que me causa gracia es que hasta se deja de trabajar en esta época para que la gente pueda realizar sus prácticas religiosas libremente, pero las únicas prácticas que en verdad realizan son las recreativas (y no los culpo, yo sé lo aburrido que puede llegar a ser esa otra opción). Son especialmente graciosos los mensajes que ya mencioné de los gobernantes para que los que van a viajar lo hagan con la prudencia debida. En estos días leí uno que comenzaba de la forma que ya expliqué para al final dar las recomendaciones típicas de no correr, no beber mientras conduces, etc. ¿Por qué mejor no se ahorran la nada original oración inicial y van directo al grano? Dudo mucho que los viajeron vayan a sus respectivos destinos con la intención de reflexionar sobre la Semana Santa. ¿Acaso es coherente que un turista en medio de la playa, con una piña colada en la mano y una mujer en bikini en frente diga: "¡Vamos a meditar sobre la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo!"? De los que de verdad van a reflexionar en esta semana, muy pocos van a viajar; y aquellos que viajarán y desean meditar sobre motivos religiosos, pues dudo mucho que busquen palabras de aliento en trípticos gubernamentales.

Son cosas como estas las que me recuerdan lo ilógico que puede llegar a ser a veces la lógica de muchas personas. ¿O soy yo el incoherente?

En cuanto a las tediosas misas dominacales, poco a poco fui dejando de ir cada semana, a pesar de la insistencia de mis padres. No tengo nada en contra de las personas que se apasionan por la "celebración de la Eucarastía", pero esto no es algo para todo el mundo. Yo creo en Dios, mas pienso que cada quien debería demostrar su fé a su propia manera. ¡Ojala algún día la humanidad pueda llegar a esta conclusión y deje de matarse por causas religiosas! Por ahora, veo lejano ese día.

Canción recomendada: Lifehouse - "Hanging by a moment".

Película recomendada: "The Passion of the Christ". Muy cruda, pero con una muy buena dirección poco común en este tipo de películas. Aclaro que no soy fanático de las películas religiosas.

- ¡Qué disfruten sobrevivir una Semana Santa más!

-H.G.

20050319

Viajando en el tiempo

Era un domingo por la mañana y no había nadie en casa. La expectativa de saber qué me deparaban los años por venir aun estaba lejos de asomarse por mi cabeza, que en esa época sólo era perturbada por la nada, la misma nada que poco a poco cubría la fantasía de la aventura que el jóven héroe vivía. Este héroe, junto a su perro volador -que en realidad era un dragón pero que a mí se me parecía a un perro-, recorría los más increíbles lugares en búsqueda de una cura para su querida princesa. La historia sin fin en realidad tenía uno, pero esa mañana yo no quería que llegara.

Hace unos días, después de varios años, volví a acompañarlo en su aventura; y mientras veía a Atreyu montar sobre Falcor rumbo a lo desconocido, me veía a mi mismo con ocho años en la cama de mis padres e inmerso en la historia. Estaba viviendo dos momentos distintos al mismo tiempo: el actual y el que ya viví una vez aquel domingo por la mañana. Una especie de déjà vu en reverso, y al igual que en aquella primera vez que ví la película, no quería que el final llegara.

Los atuendos ochentosos eran difíciles de obviar, al igual que los efectos especiales ahora obsoletos, pero volví a disfrutar de la historia por el simple hecho de poder, por un momento, trasladarme en el tiempo. Recordé de pronto que estaba lloviendo aquel día, y que sentí miedo al igual que Sebastián cuando se encerró en el sótano de su colegio a leer el libro. Todo fue como tener ocho años de nuevo.

Es la misma experiencia de escuchar después de mucho tiempo una canción que marcó un determinado momento en tu vida, una época en particular; y que, al oírla de nuevo, puedes vivir nuevamente las mismas sensaciones que tuviste en aquella oportunidad. Es lo que me sucede cuando escucho "Ordinary World" -la versión de Duran Duran con Pavarotti-, que sonaba en la radio cuando mi papá me despertó muy temprano una mañana para que me alistase para el primer día de clases en un colegio nuevo. Cada vez que la escucho, puedo sentir los mismos nervios de aquella vez, los nervios que sientes cuando te enfrentas a algo por ti desconocido.

Lo que hace interesante todo esto no es que desees volver al pasado, sino la nostalgia al experimentar las mismas sensaciones que ya viviste. Es precisamente poder vivir dos momentos diferentes al mismo tiempo. Es como recorrer un camino que ya tiene tus propias huellas, pero ahora sabiendo de antemano lo que te espera al final. Supongo yo que esto es exactamente lo que sientes si te vas por muchos años de tu casa y regresas un día, sólo que es mucho más fácil de experimentar a través de la magía del cine y de las grabaciones musicales que mediante viajes que duran años enteros. En todo caso, es algo que vale la pena.

Al final de la historia que no debería tener final, Atreyu, Falcor y Sebastián logran su misión de erradicar a la nada de Fantasía. "¡Qué buena película!", recuerdo haber dicho para mí la primera vez que la vi, pero hay algo que no logro recordar o, más bien, de precisar: así como hace unos días me trasladé al pasado, ¿no me habré trasladado al futuro la primera vez que la ví?, ¿no habré experimentado a mis ochos años lo que vivo actualmente?

Canción recomendada de la semana:

* Erasure - Neverending Story.
+ New Found Glory - Neverending Story (para los que prefieren algo más actual)
* Duran Duran featuring Pavarotti - Ordinary World.
+ Fenix TX - Ordinary World. (para los que prefieren algo más actual)

Película recomendada de la semana:

- "Neverending Story", o cualquier película que te haga recordar viejos tiempos.

- ¡Qué disfruten sobrevivir una semana más!

-H.G.

20050313

Cosas que odio de cuando tengo Miedo

Muchas veces uno quisiera tener todo el tiempo del mundo para hacer todo lo que quieres, pero es imposible. Tal vez algún día existirá un fantástico aparato capaz de literalmente detener el tiempo en tus manos para lograr que un instante se extienda todo el tiempo que desees. Por ahora, está lejano ese día... así que no me queda otra que hacer lo que me alcance con el poco tiempo que tengo.

Este fin de semana no me alcanzó el tiempo para escribir algo nuevo, ni siquiera para pensar en ese algo nuevo qué escribir, por lo que me tocó comenzar a reciclar material viejo. Lo que viene a continuación es algo que escribí hace mucho tiempo, ni siquiera recuerdo bien qué me motivó a hacerlo, pero podría aplicarse a cualquier cosa. De repente, al leerlo más de uno sentirá que ha pasado por lo mismo: ¿Quién no ha sentido miedo alguna vez?

"Tengo miedo y no se de qué. Lo único que sé es que se trata de la peor clase de miedo que se pueda sentir, aquella que no sabes si podrás vencer. No es el tipo de temor que sueles sentir cuando eres un niño hacia los monstruos imaginarios que habitan debajo de tu cama, o por los terroríficos vestidos que cobran vida en el armario de tus padres. No es miedo a algún peligro real, ni siquiera es miedo a hacerte daño -al menos no del físico-. Es el temor que sientes cuando sabes que debes hacer algo pero que por alguna razón no te atreves a realizarlo. Podrías pensar que el miedo se debe a las posibles consecuencias que ese acto te pueda traer, pero luego de meditar sobre ellas te das cuenta de que en realidad, ninguna te importa realmente. No, no es miedo a las consecuencias de aquello que no te atreves a realizar, sino más bien un miedo a lo que nunca podrán ser las consecuencias de ello, pero que pudieron haberlo sido. Porque mientras no realices ese acto, todavía tendrás esperanzas para eso que tanto anhelas. No es a que no suceda eso que tanto quiero a lo que le tengo miedo, es a tener la certeza de que nunca va a suceder. Es como un miedo a saber que ya no vale la pena soñar por eso.

Lo que odio de tener miedo es esto mismo. Es que de no tenerlo, realizar ese algo que sé que tengo que hacer no sería nada complicado, sino más bien algo sencillo. Pero no lo es, y ese es el problema. Odio tener miedo porque me hace pensar una y otra vez sobre si debo hacer o no lo que ya sé que tengo que hacer. Odio tener miedo porque me hace saber de antemano lo que sentiría si lo peor que pudiese pasar realmente sucediera. Odio tener miedo porque sencillamente no me gusta lo que siento al tenerlo. Odio tener miedo porque no sé si lo pueda vencer o porque tal vez nunca dejaré de tenerlo.

Tal vez mañana logre superar mis temores, y cuando lo haga, puede que me de cuenta de que no tenía razones para tener miedo. Tal vez mañana suceda todo lo que soñé que iba a pasar... o quizás no: tal vez mañana deba acostumbrarme a vivir sin soñar, porque me habré quedado sin esperanzas."

Canción recomendada de la semana: Better than Ezra - Scared, Are You?

Película recomendada de la semana: "Simon Birch".

- ¡Qué disfruten sobrevivir una semana más!

-H.G.

20050305

Ocho Tartaletas de Fresa y una Perenne Sonrisa

En sus bolsillos probablemente no había más que unos cuantos billetes de no muy alta denominación. En sus manos, una cesta llena con pequeñas tartaletas de fresa, mora y piña que su esposa había hecho el día anterior. El sólo hecho de tener que pasar todo el día llevando sol en la poco gratificante tarea de vender dulces caseros ya sería suficiente para pasar todo el día amargado y de mal humor. Por lo menos ese sería mi caso, pero no para él. En su rostro sólo había lugar para una perenne sonrisa...

Con: "¡Buenos días!", "¡Buenas tardes!" ó "¡Buenas Noches!", siempre saludaba educadamente según fuera la ocasión y sin importar lo duro que haya sido ese día. "¿Qué vendedor de dulces han visto ustedes que haiga venido a ofrecerles una ñapa?", solía ser siempre como comenzaba su recurrente discurso ante cada posible comprador. "¡Ninguno! ¿verdad? ¡La ñapa ya no existe! ¡Eso se acabó!", se respondía a si mismo, para luego agregar con orgullo esperando sorprender a todos -como si nadie se lo esperase ya-: "Pues... ¡yo sí les voy a dar la ñapa! ¡Sí señor! Lleve su paquete de siete tartaletas de fresa, mora y piña y además se lleva la octava: ¡de ñapa!". Ya para entonces uno creía haber retrocedido a los años 40 y que en cualquier momento en lugar de cobrar centenas o miles de bolívares, comenzaría a pedir lochas, reales o medios.

"Señor, yo no tengo para comprarle nada en este momento, pero ¿podría regalarme una tartaletica?", le dijo apenada una señora mayor que pasaba cerca. El vendedor con la sonrisa en el rostro la mira y le dice: "¿Qué si le puedo regalar una tartaletica? ". Lo lógico era esperar que, cortésmente, le negase la petición porque después de todo, esos dulces de harina son los que le permiten ganarse la vida y la de su familia, y no es que precisamente le permitían ganarse una muy buena como para estar regalándolas por ahí. Sin embargo, para sorpresa de los presentes, le responde a la señora: "Mi nombre es José Gregorio Hernández, como El Venerable. ¡Claro que sí le puedo regalar una tartaletica!". Desconozco si el tartalatero poseía las virtudes de santo que muchos atribuyen al médico que llevaba su mismo nombre, pero sin duda que el gesto que tuvo con la señora fue sencillamente venerable. ¿Cuántas personas no hay que lo tienen todo y no obstante son incapaces de obsequiar nada? En cambio, este señor que sólo tiene tartaletas para vender es capaz de regalar una de ellas sin esperar nada a cambio, simplemente para seguir lo que dictamina su conciencia y no su bolsillo. Es posible que el José Gregorio Hernández vendedor de dulces caseros carezca de una educación apropiada, y es posible también que él y su familia lleven una vida sin ninguna clase de lujos; pero podría apostar con los ojos cerrados que es más feliz que la gran mayoría de las personas que conozco, yo mismo incluído.

El mismo hecho de carecer de muchas cosas le ha permitido darse cuenta que son los pequeñas cosas en la vida las que constuyen los grandes momentos que vives. Le ha permitido apreciar que la éxpresión de alegría de la señora mayor al recibir la tartaleta gratis, al final terminará siendo más valiosa que todo el dinero que pudo ganar ese día, cuando ya entrada la noche y sobre su cama pueda cerrar los ojos con la satisfacción de saber que hoy pudo hacer feliz a alguien. Nuestra naturaleza de por sí es ser inconformes: mientras más tenemos más queremos, mientrás más ostentosa es nuestra vida, más lujos deseamos tener. Y en medio de tanto lujo y tanto deseo de poseer más: ¿En qué momento nos damos cuenta de todo lo felices que nos puede hacer un gesto como regalar una tartaleta de fresa? No tiene nada de malo aspirar a cosas mejores, todo lo contrario... pero con eso sólo lograremos tener una vida más cómoda, que no necesariamente significa una más feliz. ¿Alguna vez se han detenido a pensar en que es posible ser felices con mucho menos de lo que ya tienen?

La humildad es un raro don que nada tiene que ver con tu cuenta bancaria. Es un don que muchos deberíamos tener pero que muy pocos tienen la fortuna de poseer. No hace falta vivir en la austeridad para percatarte del valor real de cada cosa, para tomar conciencia de que no es necesario ganar lo máximo posible, sino ganar suficiente... todo lo demás forma parte de la ñapa.

El vendedor de tartaletas está cansado, pero sigue su camino en busca de nuevos posibles clientes. A mí no me queda otra que continuar con el mío, ahora endulzado por ocho tartaletas de fresa y una sonrisa, esta vez, la mía propia.


"La vida es una larga lección de humildad". James Matthew Barrie.


Canción recomendada de la semana: 3 Doors Down - Be Like That

Película recomendada de la semana: Amélie.


- ¡Qué disfruten sobrevivir una semana más... y de la ñapa!
- H.G.