20051125

Viajando al futuro

Cuando tenía como 7 años de edad, mi papá ofreció llevarme cierto día al cine. “¿Cuál prefieres ver”, me preguntó mientras veía la cartelera cinematográfica en el periódico: “Las Tortugas Ninja ó Back to the Future II?”. “¿Ahh?”, le constesté desconcertado. “¡Volver al Futuro II!”, me aclaró. En ese entonces, de las tortugas ninja no tenía ni idea, pero aún de haberla tenido, jamás las hubiese escogido por encima de Volver al Futuro. La primera parte de la trilogía fue una de las primeras películas que vi en mi vida (El Retorno del Jedi la vi primero), y a pesar de que cuando lo hice estaba muy pequeño como para recordar bien la historia, al menos podía recordar cuánto me había gustado.

Mi elección no me defraudó. Salí fascinado con esa película del cine. Si en el momento me hubiesen preguntado qué fue lo que más me gustó de ella, no habría podido decidirme entre los efectos especiales, la historia, los personajes, el DeLorean, el aeropatín (uno de mis sueños es tener uno de estos) o el hecho de que cuando terminó pusieron los cortos de la tercera parte. Sin embargo, hoy en día, mi respuesta sería algo que hace diecisiete años ni siquiera hubiese considerado como elemento de esa lista.

Lo que más me gusta de esta película es, sencillamente, el hecho de que te hace querer vivir en el futuro. Es una de las pocas películas (y cuidado si no la única si no tomamos en cuenta a Los Supersónicos), que no nos da una imagen tétrica y desoladora de los años por venir -como la saga de Terminator o la novela “Un mundo feliz” de Aldous Huxley, por ejemplo-, con las máquinas dominando a los humanos, o con humanos comportándose como máquinas; sino que, por el contrario, nos pinta un futuro fantástico, colorido, con autos y patinetas que vuelan, y muchas cosas más que nos hacen desear estar allí. ¿Qué importancia tiene esto? Para un joven o un adulto, puede que ninguna; pero para un niño cuya mente todavía está moldeable, puede que mucha.

Cuando pienso en el futuro, me imagino a “Hill Valley” del año 2015. El hecho de haber visto esa película tan niño -y antes de ver las más pesimitas-, influyó bastante en mi modo de ver la vida. Creo que mi tendencia optimista a creer siempre en que en el futuro todo será mejor, se debe en gran medida a las aventuras de Marty McFly y del Doctor Brown. Y no me importa si en realidad todo mejorará con el paso del tiempo ó no, pero tener esa esperanza ingenua de que todo será así es como tener una fuente inagotable de ganas de estar vivo. Y esto no es poca cosa, especialmente en esos días depresivos en los que uno se aferra prácticamente a lo que sea para poder dar un paso más al frente.

Por supuesto que también ayuda creer firmemente en que estás aquí por algo. Creer que tienes mucho por hacer y una gran cantidad de metas que alcanzar y que está en ti lograrlo ó no; porque esto nos motiva a querer levantarnos de nuevo cuando hemos caído. Combinado con la certeza de que el futuro será bueno, esto es el mejor remedio que puedo encontrar para la depresión. Al menos, es lo que siempre ha funcionado conmigo.

Durante un tiempo, yo daba por sentado que todas las personas tenían la misma confianza que yo en el mañana, pero luego me di cuenta de que estaba equivocado. Y es triste, muy triste, cuando a personas muy valiosas a tu alrededor les da igual vivir o morir porque sienten que no se estarían perdiendo de nada. ¡Hay tantas cosas que desde mi punto de vista se estarían perdiendo! Desde los pequeños detalles que hacen que cada uno de nuestros días sea más llevadero, hasta los grandes logros que aún tenemos que construir; todos, para mí, son motivos más que suficientes para seguir adelante.

La mayor pérdida, sin embargo, es la que sufriría el resto del mundo al quedarse sin ellos, porque ya no tendría la oportunidad de ver cómo un gran número de sueños se hacen realidad. ¿Y no han sido los sueños convirtiéndose en realidad los que nos han traído hasta aquí?

Cuando quiero razones para vivir, yo nada más tengo que viajar al futuro.


Canción para acompañar:

* Jimmy Eat World - "Futures".

Película recomendada de la semana:

* "Back to the Future II" (1989) [10/10] Director: Robert Zemeckis. Cast: Michael J. Fox, Christopher Lloyd.

-¡Qué disfruten sobrevivir una semana más!

-H.G.

20051119

Un día como ningún otro

No creo que alguien haya estado atento ese día a las explicaciones de la Srita. Scott, la vieja inglesa que nos enseñaba Historia Universal en el colegio. Durante sus clases, las agujas del reloj parecían ir siempre en retroceso. ¿Por qué será que cuando estás aburrido el tiempo pareciera detenerse? En fin... los que no dormían, se entretenían dibujando caricaturas de la profesora en sus respectivos cuadernos ó anotando estupideces. Yo hacía esto último cuando de pronto uno de los alumnos interrumpió la emocionante charla sobre la Independencia de los Estados Unidos:

"Profesora Scott, lamento molestarla", comenzó diciendo Víctor, el siempre irreverente Víctor, "pero sucede que en estos momentos padezco de una repentina e insoportable comezón en los testículos y necesito ir al baño a calmarla. ¿Me permite ir?".

"¡Sí, claro, vaya!", para sorpresa de todos le respondió la sexagenaria docente, pero luego agregó: "¡Y de regreso, Señor León, me hace el favor y se queda en la dirección por soez!". Y mientras el reprendido muchacho recogía sus cosas con una fingida decepción por haber sido castigado, pude divisar una sonrisa en su rostro como si todo hubiera resultado como lo había planeado.

¿Qué se traía Víctor entre manos? Sin duda, tenía que ser más interesante que escuchar las aventuras de los padres de Norteamérica desde el punto de vista de una inglesa nazi. "¡Profesora!", la interrumpí esta vez yo, ¨¿es cierto lo que dicen de que George Washington tenía todos sus dientes de madera?". A lo que ella me respondió: ¨Eso dicen, pero la verdad es que nunca lo ví en persona como para conocer esos detalles irrelevantes sobre él". Fue entonces cuando vi mi oportunidad ideal para ganarme también un boleto sin retorno hacia la dirección, que en comparación con el ambiente del salón de clases era un paraíso. Lo que le dije fue: "¿Y por qué nunca lo vió? ¡Si yo hubiese estado vivo en esa época habría hecho hasta lo imposible por ver en persona a George Washington!".

Lo que siguió ya se lo pueden imaginar. La simpática Gertrude se sintió indignada y me pidió salir del salón. Yo fingí por un rato estar apenado por haberle faltado el respeto pero no lo suficiente como para hacer que se arrepintiera de su decisión, y, en pocos minutos, ya me encontraba adentro de la oficina de la directora del colegio. Se sentía un gran alivio cada vez que uno ponía los pies fuera del tedioso imperio de la segunda Dama de Hierro que había parido Inglaterra.

Una vez explicado el incidente en la dirección, y luego del respectivo sermón sobre cómo debía ser el comportamiento de todo alumno en tan prestigioso colegio, me remitieron a la sala de los castigados, es decir, la biblioteca. "¿Y tú que hiciste para que te castigaran?", me preguntó Víctor León en lo que me vio entrar. Yo, con una sonrisa en el rostro, le respondí: "Pues nada, que le dije "vieja" a la vieja", y los dos nos echamos a reír.

"¿Y cómo siguen tus testículos?", le dije lo más seriamente posible. "Ya sabes que eso lo inventé para que me mandaran para acá, de lo contrario no estarías aquí, ¿cierto?", me confesó él. "¡Pues no sé, uno nunca sabe con qué clase de cosas han estado en contacto tus partes íntimas!", le repliqué en broma. Víctor, haciendo caso omiso de mi comentario, me dijo: "Supongo que ahora querrás saber cuáles son mis planes para hoy, ¿no es así?". "Supones bien", le asentí, y él acercó entonces su morral para mostrarme algo.

"¿Qué hacen, niños?", nos preguntó una voz femenina de repente. Yo reconocí la voz, pero no quise levantar la vista para confirmarlo. Víctor, en cambio, sí la miró y le dijo: "Lo mimo que hacemos todos los días: ¡tratar de conquistar al mundo!". La verdad es que a Carla Alberti no le quedaba mal el papel de Pinky, pero hay que reconocer que no era tan tonta. Insufrible sí, y mucho, aunque solamente cuando quería serlo. "¿Y lo piensan conquistar sin mí?", nos inquirió la susodicha. "¡Sí!", le contesté en seguida. "¡Yo sí te caigo bien!, ¿verdad?", expresó sarcásticamente ella. A lo que yo le respondí: "¡Me encantas! ¡Lloro cuando no estás!", para seguirle el juego.

"¡Bueno, cuéntenme qué vamos a hacer entonces!", nos interrogó al cabo de un rato la recien llegada. "Vamos es mucha gente, ¡no se vista que no va!", le aclaré. Ella, indignada, replicó: "¿Y qué piensas hacer para evitar que yo no le vaya con el chisme a la directora apenas hagan algo ustedes?". "Hmm, ¡me pregunto como se verá el chicle que estoy masticando en tu pelo!", fue mi respuesta. "¡Atrévete!", me gritó la arpía. "¡No me tientes!", le aseveré yo.

"¡Ok, después continuan con sus declaraciones de amor, ahora déjenme explicarles lo que tengo en mente!", nos reclamó Víctor. Acto seguido nos mostró el folleto de una feria que se estaba realizando cerca de la costa. Ya yo había oído hablar de ese evento, pero nunca pensé que mi amigo tuviera pensado asistir. La zona donde se celebraba no era muy buena y cada año siempre ocurría al menos una pelea. "¿Y nosotros vamos a ir?", le cuestioné. "¡Claro!", asintió el de la idea: "Este es el plan: por donde estan los libros de biología, hay una puerta en el suelo que lleva hasta un sótano. Lo descubrí una de las tantas veces que he estado castigado aquí, y sé que por allí podemos salir a la calle sin que nos vean. Cuando estemos afuera, vamos al centro comercial donde tengo estacionado el carro de mi hermano (me lo prestó hoy y como no me permiten entrar manejando al colegio lo estaciono en los alrededores) y luego nos vamos a la feria".

"¿De verdad te piensas escapar? ¿Qué pasará cuando vengan a buscarnos y descubran que no estamos? ¡No quiero ni pensar en lo que me dirán en mi casa!", comenté yo". "¡Mira, no te voy a mentir diciendo que no va a pasar nada!", explicó Víctor, "Aquí y en tu casa se van a molestar bastante, pero esta es una rara oportunidad de hacer algo diferente e inesperado. ¡A veces nos hace falta hacer cosas sin pensarlas muy bien! ¿Quién se viene conmigo?". "¡Yo voy!", afirmó Carla rápidamente, y yo, para no parecer menos arriesgado que ella, decidí ir también. Después de todo, era un viernes.

La ruta de escape fue más sencilla de lo que esperaba. En menos de cinco minutos ya habíamos atravesado el sótano y estabámos casi en la calle. A los diez, ya nos montábamos en el carro del hermano de Víctor. "Yo traje ropa para cambiarme el uniforme del colegio aquí en el carro, ¿cómo harán ustedes?", nos preguntó el que iba a conducir. "Bueno... veo difícil que pueda ir a mi casa a cambiarme, así que me conformaré con quitarme la camisa del colegio y quedarme con la franela que llevo debajo", dije yo. "Yo tengo una muda de ropa en mi bolso, pero ni piensen que me voy a cambiar en el carro", aclaró nuestra acompañante, así que lo primero que hicimos cuando arrancamos fue buscar un baño decente donde Carla pudiera quitarse el uniforme.

"¿Qué hiciste tú para merecer que te castigaran?", le inquirí a Carla cuando ya nos dirigíamos a la feria. "Nada, simplemente me pareció sospechosa la actitud de los dos y le pedí a la profe que me enviara a la dirección para averiguar lo que estaban tramando ustedes y así irle con el chisme luego". "¡Ajá, y yo nací anoche!", le comenté. Entonces ella agregó: "Simplemente le escribí a una prima que por favor me repicara al celular y luego atendí su llamada en plena clase. Fue bastante fácil ganarme el premio, lo malo fue que la vieja me quitó el teléfono y ahora que me escapé no será sino el lunes cuando lo recupere". Luego de un rato, me dijo sonriendo: "¡Por cierto, Jorge, me dio mucha risa como te burlaste de ella!".

Me van a tener que disculpar mis malas costumbres. En especial, el hecho de que a estas alturas todavía no les haya hablado sobre quién soy, mi familia, qué me gusta hacer y todas esas tonterías. Como se acaban de dar cuenta, mi nombre es Jorge y vengo de una familia de narcotraficantes y contrabandistas. No realmente. Mi familia es bastante normal -demasiado diría yo- y no hay nada interesante que destacar. Tampoco es relevante para lo que quiero contar, así que mejor los dejo al margen del relato, no vaya a ser que se enteren de que ando revelando sus intimidades por aquí y luego me obliguen a disculparme.

Volviendo a nuestra escapada, el día en la feria no pudo haber sido mejor. Pasamos el resto de la mañana y toda la tarde entre el parque de atracciones y un circo al que asistimos en contra de mi voluntad. Por suerte, los tres cargábamos dinero suficiente para disfrutar de las instalaciones. Todo transcurrió normalmente salvo dos o tres veces en los que Carla tuvo que vomitar luego de alguna montaña rusa o del barco. En el circo, me burlé bastante de ella diciéndole que se parecía mucho a las jirafas. Debo admitir que no estuvo tan insoportable como yo pensé que iba a estar. De hecho, hasta se puede decir que estuvo simpática.

Nuestro almuerzo y nuestra cena fue comida chatarra, y en el ínterin, la merienda fue bastante algodón de azúcar, chocolates y demás exquisiteses que tanto bien le hacen a nuestro organismo. La cara de Carla al pensar en cuántas calorías consumía con cada bocado era todo un poema. Pocas veces me había divertido tanto como ese día, por lo que cuando la noche comenzaba a hacerse presente, ya yo estaba lo suficientemente satisfecho como para pensar en ir a casa. "¡Ahora es que viene lo bueno!", me dijo Víctor cuando le sugerí irnos, "Ahora viene una fiesta electrónica con varios DJs y lo mejor de todo, gratis". "¿Fiesta electrónica?", le pregunté yo, "¿Un rave? ¿Qué vamos a hacer nosotros en un rave?". "Pues divertirnos, ¿qué más?", me contestó rápidamente Carla. Entonces, sin mucha emoción, agregué: "Si tú lo dices... ¡Divirtámonos entonces!".

Para ser honestos, la fiesta electrónica no fue tan mala después de todo. No la pasé de lo mejor, pero definitivamente tampoco estuvo mal. La música era aceptable y si tú no te metías con nadie, nadie se metía contigo. No nos preguntaban la edad al comprar las bebidas, por lo que no teníamos inconveniente alguno en beber cerveza. Había de todo entre los asistentes al rave: gente loca, gente normal, raros, fritos, góticos, punketos, viejos y hasta menores de edad como nosotros. Víctor y yo nos habíamos colocado en un extremo para conversar con unas amigas que él se había encontrado, y Carla se fue por su cuenta a explorar el lugar al ver que ya no era el centro de nuestra atención.

Pasamos un buen tiempo conversando con las amigas de Víctor, las cuales no tengo idea de cómo se llamaban. Tampoco recuerdo de qué hablábamos, porque a decir verdad, no me emocionaban mucho sus temas de conversación. Tal vez mi amigo sí recuerde de qué iba la charla, porque él se mostraba más interesado que yo en la misma. Mucho más interesado que yo.

De pronto, sin saber por qué, comenzó a preocuparme Carla. Habían pasado cerca de dos horas desde la última vez que salió a dar una vuelta ella sola, por lo que me excusé con Víctor y sus fascinantes amigas para ir a buscarla. Es difícil encontrar a alguien en una fiesta llena de gente, de noche y al aire libre, por lo que me costó mucho conseguirla. Estaba con unos hombres, de veinte años o más, que al parecer tenían intenciones de aprovecharse de ella. Parecía estar ebria, porque le costaba mucho mantenerse de pie. Prácticamente la sostenían sus acompañantes, quienes aprovechaban para manosearla. Yo sabía que tenía que sacarla de allí si no quería que le sucediera nada que lamentar.

Ni en mis sueños iba a salir ganando yo si le buscaba pelea a ellos. Aún con la ayuda de Víctor, no íbamos a poder con tantos, y eso sin tomar en cuenta que eran más grandes. Al fin y al cabo, eran universitarios. Entonces cogí una botella de vidrio del piso y sacrificando un poco de fuerza en el tiro con tal de ser preciso, se la lancé a la cabeza del que parecía ser el líder de los abusadores. Por supuesto, el golpe lo enfureció, y como nadie me había visto con las manos en la masa, comenzó a buscarle pleito al primero que vio, por aquello de ser macho y no quedarse con esa. Se formó una tángana de todos contra todos, y mientras tanto, yo aproveché para acercarme hasta donde estaba Carla y llevármela de allí. Ella no podía ni con su alma, por lo que tuve que cargarla sobre mi hombro derecho para hacerlo. Por suerte, ella no era muy pesada.

Corriendo, llegué hasta donde estaba Víctor y lo obligué a irnos de inmediato. No podíamos dejar que los queridos amigos de Carla nos vieran con ella. Ya en su auto, le expliqué lo que había pasado. Nos paramos un momento en una estación de servicio a comprar mucha agua potable para ella, y luego decidimos ir volando hasta su casa para que la llevasen a un médico. Ella ya estaba inconsciente, pero no hacía falta verle las pupilas para saber que no estaba ebria, sino drogada. No sabíamos que clase de droga le habían dado y no podíamos esperar a que pasara el tiempo para averiguar cómo reaccionaría su organismo.

"¿Qué le vamos a decir a sus padres cuando lleguemos?", le interrogué a Víctor mientras íbamos en camino, quien a pesar de lo que había bebido, se encontraba en condiciones de conducir. "¡Hola, Señora Alberti. Aquí le traemos a su hija toda drogada, pero no vaya a creer que fuimos nosotros los que la drogamos. ¡Fueron otros!", agregué. "¡Seguro nos creen! ¡Cómo no!". "¡No lo sé, Jorge! Lo importante ahora es que Carla llegue sana y salva", me dijo sabiamente él. En esta disyuntiva nos encontrábamos cuando faltando una o dos cuadras para llegar a la casa vimos a varias patrullas de policía frente a la misma. "¡Detente, Víctor!", le ordené. "¿Qué pasa?", me preguntó mientras desaceleraba. "Que nos crean sus padres es difícil, pero que nos crea la policía es imposible. Mínimo cinco años de cárcel nos meten. Si sus padres llamaron a la policía es porque piensan que Carla se fugó o que la secuestraron. ¿Qué crees que dirán cuando la vean llegar con nosotros y en semejante estado?", le expliqué. "¡Tienes razón, mejor vámonos de aquí y dejémosla en la sala de emergencias de alguna clínica!", me dijo. "¡Buena idea!", exclamé.

Era buena la idea, o así parecía en el momento, pero cuando nos disponíamos a seguir de largo uno de los policías nos hizo señas para que nos detuviéramos. No porque supieran quiénes éramos, sino porque seguramente querían revisar nuestros papeles. Claro que detenernos no era una opción. Menores de edad conduciendo un auto a altas horas de la noche, con algo de alcohol etílico en la sangre, y con una chica también menor de edad a bordo totalmente drogada y que además era la persona a la que buscaban. ¿Qué iban a pensar? Definitivamente, detenernos no era una opción.

No hace falta decir que seguimos de largo, y tampoco que comenzaron a seguirnos al ver que le hicimos caso omiso a sus indicaciones. Es increíble cómo en pocos segundos nos encontrábamos en toda una persecución policíaca como en las películas. De verdad que Víctor era muy hábil al volante y hacía todo lo que podía para evadirlos, a pesar de que experiencia escapando de agentes del estado era algo que no tenía. No sé cómo lo logramos pero en poco tiempo nos encontrábamos a toda velocidad por la carretera de la costa. No sabíamos adónde nos dirigíamos, sólo nos interesaba escapar de los oficiales. Sin embargo, tuvimos que detenernos de repente cuando vimos a varias patrullas esperándonos en el medio del camino. Estábamos rodeados y no teníamos escapatoria.

"Si nos entregamos, ahora menos que menos nos creerán. ¡Ni en diez años saldremos de la cárcel!", me dijo Víctor luego de cinco minutos en silencio viendo a las patrullas a nuestro alrededor. "¡No lo sé, pero pase lo que pase, tuve un día como ningún otro y no me arrepiento!", comenté, "Si pudiera echar el tiempo hacia atrás, lo único que habría hecho diferente sería dejar a Carla sola en esa fiesta". "¡Fue un buen día, sí!", me afirmó él. Luego, mirando hacia el borde de la carretera, el que daba hacia el acantilado, me preguntó: "¿Vamos a por el todo?".

¿Qué mejor día para morir que uno totalmente diferente al resto de tus días? Después de unos segundos en los que casi toda mi vida pasó frente a mis ojos, le respondí a mi irreverente amigo: "¡Al carajo con todo!", y dándole la mano le dije: "¡Fue un placer acompañarlo en este paseo!". Víctor giró entonces el volante, bajo el vidrio de su ventana, y haciéndole la señal de costumbre a la gente que nos rodeaba, puso en marcha a toda velocidad el vehículo con rumbo hacia el vacío. "¡Gerónimo!", gritó lleno de euforia a medida que caíamos. Lo único que puedo decir sobre ese último momento, es que fue como ir en una montaña rusa, pero sin esa sensación de seguridad que te da el hecho de saber que al final del trayecto, todo estará bien.

Seguramente, ahora se estarán preguntando cómo es que estoy contando todo esto si sucedió lo que acabo de narrar. No hay manera de sobrevivir a semejante caída. Sin embargo, la explicación ya la dí hace bastante rato. En las clases de Doña Gertrude Scott, algunos se divierten haciendo caricaturas de ella en sus cuadernos, y otros -como yo-, simplemente escribiendo tonterías.


Canción para acompañar:

* Fastball- "Fire Escape" (Vieja pero buena).

Película recomendada de la semana:

* "Belleza Americana" (1999) [7.5/10]. Director: Sam Mendes. Cast: Kevin Spacey, Annette Bening, Thora Birch, Mena Suvari.

-¡Qué disfruten sobrevivir una semana más!

-H.G.

20051113

Bifurcaciones...

"¡Adelante, siempre adelante!". Esta frase siempre la repetía una de las figuras principales de la novela "Marianela", escrita por el español Benito Pérez Galdós a principios del siglo pasado si mal no recuerdo. Confieso que la obra no me gustó mucho cuando la leí en el colegio, pero la frase citada de alguna manera quedó guardada en el baúl de cosas inútiles que se encuentra alojado en mi memoria.

Debe ser porque estoy de acuerdo con lo que dice que nunca la olvidé. Soy un firme creyente de que siempre hay que seguir adelante a pesar de lo adversas que sean las circunstancias. Sin embargo, es mucho más fácil decirlo que realizarlo. A veces estamos tan mareados por las vueltas que hemos dado, que perdemos la brújula y olvidamos hacia dónde estamos adelantando y hacia dónde retrocediendo. Otras veces, nuestro camino se bifurca en varias ramificaciones y, aunque todas lleven hacia delante, debemos decidirnos por la mejor opción, lo que casi nunca resulta sencillo. No porque tengamos problemas para diferenciar al camino correcto del incorrecto, sino porque tenemos cierta predilección por decidirnos siempre por la vía más fácil.

En "Perfume de Mujer" (Scent of a Woman) -una de mis películas favoritas-, el personaje interpretado por Al Pacino dice, casi al final de la misma, algo así como: "En mi vida yo siempre supe distinguir cuál era el camino correcto. Siempre lo supe, ¡sin excepción! Sin embargo, nunca lo tomé porque era demasiado difícil!". No soy de los que se aprende textualmente los diálogos de las películas, por lo que esto es meramente una paráfrasis de lo que en realidad dijo Frank Slade; no obstante, la idea es, para los efectos, la misma. El camino fácil es demasiado tentador por su propia sencillez y porque generalmente se esconde detrás de algo que nos gusta, mientras que el difícil se ve tan complicado que preferimos no tomarlo.

Lo que sucede es que lo que nos conviene y lo que queremos rara vez son la misma cosa. A ratos deseamos algo tan arduamente que, aún sabiendo que otras cosas nos benefician más, nos empeñamos tercamente en obtener eso por sobretodas las cosas. Más o menos como el niño malcriado que no está conforme hasta recibir lo quiere, del mismo modo a uno le cuesta desprenderse de lo que tal vez sólo por capricho desea. Y uno se inventa excusas, se sugestiona mentalmente para creer ciegamente en que eso que queremos es en realidad lo que más nos conviene, aún cuando en el fondo, allí detrás de los pensamientos furtivos y de las ilusiones marchitas, algo nos dice que no es así.

Y no es así. Tarde o temprano, siempre termina prevaleciendo lo que antes la intuición nos decía pero que nosotros no queríamos escuchar. Y no nos queda otra que retroceder hasta la encrucijada y tomar desanimados el camino previamente ignorado como si desembocase en el fin del mundo. Pero todo sucede por una razón, y aunque tal vez en el momento no lo parezca, siempre me ha gustado pensar que lo que nos acontece es siempre lo mejor que nos podría haber pasado. Quizá todos los obstáculos iniciales y las amarguras tempranas, son simplemente una fachada para espantar a los cobardes de tomar el camino que en realidad vale la pena. Quizá lo que hoy nos desalienta, mañana nos motive. Y por esto, cuando la penumbra nos abrume y pensemos que ya todo está acabado, lo que debemos hacer es seguir adelante, siempre adelante.

En palabras de Scarlett O'Hara, la protagonista de Lo que el viento se llevó: "Después de todo, mañana será otro día".

Canción para acompañar:

* Forty Foot Echo - "Brand New Day" (Ya fue recomendada antes, pero vale la pena hacerlo de nuevo).

Película recomendada de la semana:

* "Perfume de Mujer" (1992) [10/10]. Director: Martin Brest. Cast: Al Pacino, Chris O'Donnell, Phillip Seymour Hoffman.

¡Qué disfruten sobrevivir una semana más!

-H.G.

20051105

Retazos..

Sin título

Si yo me marchase lejos, muy lejos.
¿De verdad importaría ó no?
¿Dejaría de sentir lo que siento,
ó acaso sería mucho peor?

Lo peor es estar y no estar,
reír y llorar,
estar tan vivo y estar muriendo,
estar tan cerca y estar tan lejos,
que no sabes si esperarlo todo,
ó si es mejor no esperar nada.

Tal vez mi intuición perdió la razón,
o quizás mi razón perdió su instinto.
Lo cierto es que no sé qué es real ni qué incierto.
Todo es confuso, todo es etéreo.
¿Es que acaso estoy soñando despierto?

No quiero irme deseando quedarme,
no quiero quedarme deseando marcharme.
¿Hay un futuro donde no ha hay presente?
¿Hay esperanza donde hay vacío?
¿Hasta cuándo resistiré sin desvanecerme?

[Abril, 1996]
La vida es cíclica, aunque los motivos sean diferentes.

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Una noche de Octubre

Octavo inning, parte baja, 2 outs. Séptimo juego de la Serie Mundial. 20 de Octubre en la noche. Batean los Bravos de Atlanta, quienes van perdiendo 3 a 2 frente a los Marineros de Seattle, los grandes favoritos. Todos en la habitación miran atentamente lo que acontece en el juego. Yo también. A diferencia de los demás, estoy viendo el juego sencillamente porque me aburre un poco menos que mirar fijamente a la pared. En realidad, me da igual cuál equipo gane, aunque durante el partido de hoy me he sentido un poco inclinado hacia los Bravos, tal vez por su condición de no favoritos, tal vez por mi necesidad de ir en contra de la mayoría.

El primer lanzamiento ante el tercer bateador del inning es una bola. Por más que intento permanecer atento al juego, mi mente comienza a divagar tal y como lo ha hecho una y otra vez durante todo el encuentro. Me cuesta no pensar por un momento en Andreína, me cuesta no imaginar que es factible lo improbable. He querido desde hace un tiempo decirle lo que siento a pesar de que sé que lo único que ganaré con esto será el poder estar en paz conmigo mismo, mas no el ser correspondido. No. Esa clase de milagros no suele ocurrir. ¿Para qué me preocupo pensando en lo que sucederá si se lo digo si sé que nunca voy a poder expresarle mis sentimientos hacia ella? No importa cuán determinado esté en decírselo, no podré resistirme a su mirada. Las pocas veces que me ha mirado a los ojos he sentido que me derrito por dentro, que pierdo toda clase de fuerzas, que pierdo el control de lo que digo y de lo que pienso. ¡Si al menos encontrara la forma de hacerlo todo más fácil!

<>, dijo uno de los comentaristas de la TV antes de anunciar que regresaban con la siguiente entrada después de unos “compromisos comerciales”, como si no fuera suficiente llenar la transmisión del juego con cuñas malas como las de Bremosil. Mientras estuve distraído, el bateador de turno conectó un elevado al jardín central que acabó siendo el tercer out. A los Bravos sólo les queda una oportunidad para ganar el juego y el título, lo que parece muy difícil.

Tocan a la puerta. Es Carlos, quien viene acompañado de Andreína, su hermana. <>, dijo el recién llegado. Andrés, en cuya casa estábamos reunidos, los recibió a los dos y en seguida llamó a su hermana para que le hiciera compañía a Andreína. Si antes se me había hecho difícil concentrarme en el partido, ahora esa dificultad se me multiplicaba n veces. ¿Cómo hago ahora para no mirarla? ¿Cómo hago para que no sea muy evidente que me muero por ella? Aunque pensándolo bien, ¿para qué ocultárselo? Mejor es que se entere de una buena vez. No, mejor no. Es preferible la seguridad de no hacer nada que la vulnerabilidad después de hacerlo todo.

<<¡Y allí esta el tercer strike!>>, dijo el narrador de la TV luego de que se ponchará el bateador que entregaba el tercer out de la parte alta de la novena entrada. Los Bravos habían retirado por la vía rápida a los Marineros y ahora iban por su última oportunidad de ganar el encuentro. <<¡Ojalá que Atlanta haga algo ahora, tienen que ganar este partido!>> dije yo tratando de ganar la simpatía de Andreína. <<¡Sí, ellos merecen ser los campeones!>> me respondió ella asintiendo con la cabeza. Por cinco segundos me sentí realizado. Para variar, ella estaba bellísima con esa blusa azul marino. Pero ella no era bella como esas mujeres despampanantes que apenas entran a un sitio se ganan las miradas de todos los allí presentes. Su belleza era de un tipo que a primera vista pasaba desapercibida, pero una vez que te percatabas de ella, sabías que estabas perdido para siempre. Era bella de un modo más intenso.

El primer bateador de los Bravos batea un rodado a la tercera base que se convierte en un out, pero el siguiente en el orden al bate conecta de hit. Andreína se emociona un poco, yo me emociono con ella. El problema con decírselo todo es que si las cosas no ocurren como yo quiero, que es lo más probable, entonces... ¿con qué voy a soñar después? ¿Qué ilusiones me quedarán?

Bobby Smith toca la bola pero hacen out al corredor en segunda. Ahora hay dos outs con Smith corriendo en primera base. José Mendoza, quien vino a batear en sustitución del pitcher conecta un batazo largo, muy largo, que incluso me hace levantar del asiento llevado por la emoción que sabía que compartía con Andreína. Pero la bola rebota y se interna en las gradas, doble por regla. Dos outs, corredores en segunda y en tercera. Viene a batear John Thompson, quien tuvo el segundo promedio de bateo más alto durante la temporada regular. Luego del primer strike, el jugador saca la bola del parque de foul, pero a pesar de los dos strikes sin bolas, la esperanza sigue viva.Al siguiente lanzamiento, Thomson extiende totalmente sus brazos y batea la bola con tal fuerza que desde un principio sabíamos que sería un jonrón. Andreína y yo brincábamos de la emoción a medida que el héroe del partido recorría las bases. Los Bravos eran los campeones. En medio de la algarabía, Andreína y yo nos besamos como si toda la vida hubiésemos estado esperando por ese beso. Algunos milagros sí ocurren. Ella me dice que lleva mucho tiempo enamorada de mí, yo le digo que llevo toda mi vida enamorado de ella. Por un momento nos olvidamos de que todos nos rodeaban y de que los Bravos celebraban su título. Por un momento, éramos sólo ella y yo unidos por un beso. Por un momento, todo esto ocurrió…en mi imaginación.

En realidad, mientras soñaba con imposibles perfectos, Thomson vió pasar el tercer strike terminando así con la esperanza de ver a los Bravos coronarse campeones y la mía de celebrarlo con Andreína. Ella notoriamente decepcionada, se levanta de su sillón, me besa en las mejillas, y lentamente se dirige hacia la puerta volviéndose una última vez justo antes de salir para decirme: <<¡Siempre hay una siguiente oportunidad!>>. Todavía hay esperanzas.

[Agosto, 2003]
100 % Ficticio

Canción para acompañar:

* Krezip - "Brighter Days".

Película recomendada de la semana:

* "For Love of the Game" (1999) [10/10]. Director: Sam Raimi. Cast: Kevin Costner, Kelly Preston, Jenna Malone. Fue la inspiración para el cuento.

-¡Qué disfruten sobrevivir una semana más!

-H.G.