20080505

Las Aventuras de Jack Strauss

Últimamente, se me había hecho muy difícil pensar en algo para escribir. Especialmente, en algo para un cuento. Después de un buen tiempo, me vino a la mente fue una secuela más o menos independiente para este cuento. Espero que les guste.

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I Parte: Polvo de Hadas

Es bien sabido por todos que la única forma de poder volar es utilizando polvo de hadas y un pensamiento feliz. Así se lo hizo saber el viejo McTerry al pequeño Jack Strauss, recibiendo de parte de este la pregunta que cualquiera habría hecho al escuchar algo semejante: “¿Cómo Peter Pan?”. En aquel momento, los dos se encontraban atrapados en el fondo de un pozo que alguna vez fue de agua. Durante largo rato, trataron infructuosamente de escalar por las paredes, hasta que se dieron por vencidos y llegaron a la conclusión de que si nadie venía a rescatarlos, sólo iban a poder salir de allí volando.

“¡Así es!”, le confirmó el anciano. “Sucede que en la vida real, también es posible volar de ese modo. El único problema es que el polvo de hadas es prácticamente imposible de conseguir. No pierdas tu tiempo buscándolo: en todos mis años de vida, jamás he visto un hada ni nada relacionado con ellas”. Jack con una sonrisa en los labios le replicó: “Pues da la casualidad de que yo traigo un poco de polvo de hadas en mis bolsillos”. El incrédulo McTerry, aún con la boca abierta al constatar que el niño decía la verdad, le pidió “por las barbas de su abuelo”, que le contara cómo había hecho para obtener algo tan raro y preciado.

“Es una larga historia…”, comenzó explicando Jack mientras trataba de ponerse lo más cómodo posible. “La versión corta es que desde hace unos días para acá, comencé a tener sueños extraños. Algunos eran sobre piratas, otros sobre guerreros medievales, magos, o hasta samuráis, pero todos tenían en común la búsqueda de algún tesoro escondido y su respectivo mapa. Una mañana, al despertar de uno de estos sueños, encontré mi habitación repleta de pequeñas criaturas fantásticas con alas que brillaban en la oscuridad. Se identificaron a sí mismas como hadas y me dijeron eran las responsables de esos sueños tan curiosos. Me explicaron que eran sus maneras de prepararme para el verdadero reto al que me iba a enfrentar más adelante y me dieron el polvo de hadas porque según ellas lo iba a necesitar muy pronto, mas no me enseñaron para qué servía ni cómo se usaba. También me dijeron que dibujara un mapa como el que veía en mis sueños, ya que también me sería de utilidad en el futuro cercano. Me desearon mucho éxito y luego desaparecieron en fracciones de segundo. Inicialmente, pensé que eso también lo había soñado, pero me quedó el recipiente con el polvo mágico como prueba de que había sido real, así que seguí sus indicaciones y dibujé un mapa como el que me habían dicho.”

“¡Interesante!”, exclamó McTerry. “Ya me imagino el resto de la historia: alguien te vio con ese mapa y te trajo frente al codicioso Zivoulas, quien pensó que se trataba del mapa que según las leyendas lleva hasta el tesoro secreto de los templos sagrados –tu imitación se asemeja mucho a las descripciones que del verdadero mapa hacen los documentos antiguos-. Ese malvado Zivoulas me tenía secuestrado obligándome a leer esos documentos para que le pudiera hacer una copia del famoso mapa. Cuando tú llegaste, yo me volví inútil para él y me hubiese matado de no ser porque tú me ayudaste ocultándome en este hueco”.

El jóven aventurero asintió a lo dicho por el anciano y añadió que era mejor que se fueran pronto de allí ya que no pasaría mucho tiempo antes de que los buscasen en el pozo. De este modo, roció un poco de polvo de hadas sobre sí y sobre McTerry, y procedió a pensar en su hogar, cosa que siempre lo ponía de buen humor. Al instante, Jack comenzó a flotar por los aires y poco después se le unió el viejo también. Este había tenido algo de problemas recordando un pensamiento agradable, pero luego se le ocurrió imaginarse una buena cena, y esto enseguida le puso feliz. Sin embargo, no le agradaba mucho la idea de volar, por lo que una vez alcanzada la superficie, empezó a insistirle a Jack para que aterrizaran.

El problema con hacer que un niño vuele al pensar en algo feliz está en que es muy difícil lograr que un niño que se encuentre surcando el cielo, piense en algo que no sea dichoso. Así que Jack continuó volando y volando durante largo rato, disfrutando de cada minuto por los aires e ignorando las súplicas del viejo que le acompañaba. Tanto voló que llegó hasta las nubes, y cuando volvió en sí, se encontró rodeado nuevamente de hadas. De este modo fue que el pequeño aventurero llegó a Onyria.

Onyria, desde luego, es la tierra de las hadas. Sólo pueden entrar a ella quienes estas criaturas mágicas deciden dejar pasar y el portal para llegar allá, cuando optan por abrirlo, únicamente puede ubicarse sobre las nubes. Es un lugar fantástico, donde los árboles cambian su tonalidad a cualquier color del arcoiris cada vez que los miras, y los ríos cobran el sabor de tu fruta favorita. También era el hogar de toda clase de seres maravillosos, desde unicornios voladores, hasta personajes de caricaturas, quienes reían y jugaban entre las cromáticas praderas. “Esta es la Tierra de los Sueños”, le explicó una de las hadas al intrépido Jack Strauss mientras este veía embelesado todo lo que sus ojos no podían creer. “Aquí fabricamos los sueños que serán inyectados dentro de la imaginación de cada ser humano sobre la faz de La Tierra. Todas y cada una de las cosas que alguna vez soñaste, cobró vida primero aquí. Incluso tus pesadillas, sólo que esas están hechas de un material poco resistente que se desvanece apenas te despiertas. De ese modo, mantenemos la armonía en nuestro hogar”.

“No llegaste aquí por casualidad”, dijo de pronto la que parecía ser la más sabia de las hadas. “Todo estuvo planificado por nosotras para traerlos hasta acá: te hicimos reproducir el mapa de un tesoro legendario, para que así captases la atención del despiadado hombre que tenía cautivo al Sr. McTerry. Te dimos un poco de nuestro polvo, para que una vez en compañía de él, pudiesen volar hasta acá juntos. Era imperativo que viniesen los dos, ya que necesitamos de las habilidades de cada uno de ustedes para ayudarnos a combatir el mal que se nos avecina. Tú, con tu agilidad y chispa, y el Sr. McTerry, con su profundo conocimiento de toda clase de artefactos e historias antiguas”, añadió.

“¡Muy bien!”, exclamó el héroe en ciernes. “Por mi parte voy a ayudarles, pero… ¿podrían decirme cuál es ese mal que se nos avecina?”.


II Parte: Onyria

El vehículo en el que viajaban no era exactamente un avión. Más bien, era bastante semejante a un automóvil común y corriente, con la diferencia de que este... volaba. A pesar de que Jack estaba consciente de que se encontraba en la tierra de los sueños y que, por tanto, vería muchas cosas fantásticas e increíbles, no dejaba de sorprenderle verse rodeado de pronto de tantos elementos fabulosos.

Lo que más le había asombrado, sin duda alguna, había sido reencontrarse con Paul y Sally, sus dos compañeros en aquella aventura en la que buscaron un tesoro que no quería ser encontrado... claro está, en sueños. "¡Paul! ¡Sally! ¿Qué hacen ustedes aquí?", fue la reacción que tuvo el pequeño Jack cuando entró en el vehículo y los vio a ellos adentro. Cuando la Reina de las Hadas le avisó que pronto le pasarían buscando dos amigos suyos, jamás imaginó que serían precisamente ellos. "¡Tú nos soñaste y ahora vivimos aquí!", le respondieron entre risas los hombres sirenas. Al pequeño aventurero había comenzado a gustarle Onyria.

El auto volador iba en camino hacia la zona donde por última vez habían visto a Lord Barkley, la persona que tanto aterrorizaba a las hadas. Según le habían contado estos seres a Jack, este caballero había perdido la razón tratando de acumular todo el poder posible del mundo. Mientras lo intentaba, escuchó la leyenda de Onyria y de como las hadas se encargaban de producir los sueños. Entonces se le ocurrió la malvada idea de que si lograba hacer que todas las personas en el mundo soñasen con lo que él quisiera una y otra vez, podría lavarles el cerebro y tenerlos a su merced. Por esta razón, había venido a este lugar fantástico: quería controlar a la fábrica de sueños.

Sin embargo, había algo que a Jack no le había quedado claro. "¿Cómo es que si a Onyria sólo entran las personas que las hadas permiten pasar, han dejado entrar a este tal Lord Barkley?", le inquirió el valiente niño a sus compañeros de viaje. "Allí está el detalle, Jack. Las hadas nunca lo dejaron pasar. Él ha sido la única persona en la historia que ha logrado entrar acá por sí misma... Bueno, en realidad, él no está aquí en carne y hueso, sino su reflexión onírica", le explicó Paul. "Lo que sucedió fue que Lord Barkley se propuso soñar con que entraba a Onyria y la conquistaba, pero como sus fines eran bélicos y oscuros, lo que tenía eran pesadillas y estas se desvanecían rápidamente. Varias veces lo intentó, mas siempre obtuvo el mismo resultado hasta que, siendo él una persona muy lista, se dio cuenta de lo que ocurría y entonces se enfocó en engañarse a sí mismo, haciendo creer que sólo quería soñar con Onyria, pero no conqusitarla. De esta forma, logró tener un sueño verdadero y así su reflexión onírica no se desvaneció. Una vez que pudo asegurarse de que estaba seguro ya aquí, reveló sus intenciones reales y comenzó a destruir todo lo que estaba a su paso y lo demás... puedes imaginártelo".

"Creo que entiendo", comentó el joven Strauss. "Mas ahora tengo otra duda: ¿Por qué si él es sólo un ser humano sin poderes especiales, las hadas no lo han expulsado de aquí ellas mismas?". "No pueden hacerlo", le aclaró Sally. "En su sueño, logró traerse una serie de artefactos antiguos, que no sólo le protegen de las hadas sino que además le dan una fuerza sobrenatural y poderes como la telequinesia. Por eso es necesario el Señor McTerry, ya que él seguramente ha estudiado alguna vez estos dispositivos y debe conocer alguna forma de contrarrestarlos".

El artefacto que protegía a Lord Barkley tanto de las hadas como de prácticamente todo lo que había en Onyria, era una lámpara que emitía una especie de luz violeta que lo envolvía. "¡La Destructora de Ilusiones!", exclamó el viejo McTerry cuando la vio. Se encontraban todos escondidos detrás de unos matorrales, no muy lejos del sitio donde habían aterrizado, vigilando al hombre que quería controlar al mundo. "Según la leyenda, un Rey Fenicio despertó a mitad de la noche y se encontró rodeado de hadas. Atemorizado porque pensaba que eran malévolas, le pidió a sus hechiceros que hicieran algo que alejara a esos seres de su habitación, siendo el resultado esa especie de lámpara. Sin embargo, desde que comenzó a dormir con ese objeto en su habitación, el Rey nunca más tuvo otro sueño y por eso le llamaron de esa forma a la lámpara".

"Hemos intentado destruir o arrebatarle ese instrumento de todas las formas posibles, pero todo lo que entrá en contacto con esa luz, sea un ser vivo o un objeto inanimado, se desvanece instantáneamente", aclaró Paul. "Por eso están ustedes aquí, ya que pensamos que al venir del mismo mundo de donde viene la lámpara, quizás ustedes sean inmunes a su efecto", dijo Sally. "De eso no tengo la menor duda", aseguró McTerry, "ya que esa lámpara fue creada para destruir a las hadas y a todo lo que provenga de ellas, como por ejemplo: los sueños, es decir, todo lo que hay aquí en Onyria excepto por Jack y yo".

Al decir esto, el experto en artefactos buscó con la mirada a Jack Strauss, pero él valiente niño ya no estaba allí: se encontraba caminando hacia Lord Barkley. "¡Hey Idiota! ¿Por qué no vienes a destruirme a mí?", le gritó al codicioso caballero y, en cuanto éste se volteó hacia él, le disparó con su honda una canica en dirección a la fuente de la luz violeta. El proyectil dio en el blanco y quebró unos cuantos cristales de la lámpara, haciendo que esta comenzase a funcionar de manera intermitente. El pequeño Jack comenzó a correr hacia Lord Barkley, con la firme intención de arrebatarle su preciado artefacto, pero su contrincante comenzó a arrojarle, con la mente, toda clase de objetos para obstaculizarle el paso.

Cuando Jack estuvo a pocos pasos del hombre que aterrorizaba Onyria, se paralizó al poder ver con claridad su rostro. Lo había visto en sus sueños: era el Capitán Cejanegra. No obstante, Lord Barkley no tenía la menor idea de quién era Jack Strauss, puesto que esa era la primera vez que lo veía en su vida. Quien había participado en los sueños del niño había sido otra reflexión onírica que las hadas habían hecho de él. Sin sentirse inmutado en lo más mínimo, el malvado Lord se acercó al jovencito y se percató de que era un ser humano al ver que no era afectado por la luz violeta que a ratos emanaba de la Destructora de Ilusiones.

"¡No sé quién eres," le dijo Lord Barkley a Jack cuando se acercó a este y lo levantó hasta tenerlo a la altura de su rostro, "pero no te quiero en mi camino!", y acto seguido lo arrojó contra una pared cercana. Luego, dándole la espalda para dirigirse hacia donde estaba cuando fue interrumpido, levantó por telequinésis una gran roca que había en el suelo y la arrojó hacia el indefenso niño. Afortunadamente, Paul intervino justo a tiempo y empujó a Jack contra el suelo milésimas de segundo antes de que la piedra impactase contra la pared.

"Puede que la luz de la lámpara no te haga daño, pero los objetos que te lanza con la mente sí te lo pueden hacer", le dijo una vez que ambos se encontraban sanos y salvos. "Si lo queremos vencer, tenemos que hacer un plan", añadió Sally.

Jack no dijo nada, mas estaba tranquilo. En el fondo de su mente, ya el intrépido niño tenía un plan.