20061008

Una última mirada

La luz del sol incidía directamente sobre sus ojos, cegándolo por momentos. Todo estaba muy confuso para él, como si se acabara de despertar de un sueño y estuviese una mitad de él consciente y la otra mitad aún en brazos de Morfeo. Todavía no recordaba con claridad lo sucedido. Intentó limpiarse el sudor de la frente con las manos, pero al verlas notó que las tenía empapadas de sangre. Lentamente, comenzó a recordar.

“¡Cómo que me tengo que ir sola a la fiesta de Alejandra! ¡Si no voy con ustedes, entonces no voy!” gritaba Paola mientras se acercaba a la mesa donde sus padres desayunaban. “¡Entiende que no podemos ir! A tu padre le salió algo urgente en el trabajo que debe atender y yo tengo que ayudarlo también con algunas cosas”, le replicó su madre. “Paola, Alejandra se va a sentir muy mal si no vas a sus 15 años, ¿tú no dices que ella es como tu hermanita menor? Te prometo que el domingo vamos a buscarte y trataré de compensarte por no haber ido”, intervino su papá en un intento por calmar a la rebelde chica. “Es cierto que tengo que ir, pero… ¿Por qué no puede ir mi mamá conmigo? ¿Por qué tengo que irme sola?” preguntó con algo de resignación la adolescente. Su padre, acariciándole el cabello, le respondió: “Porque ella me tiene que ayudar aquí. Pero tranquila hija, ya verás que el viaje te resultará muy corto. Irás viendo una película y los asientos de esos autobuses son bastante cómodos. ¡Antes de que te des cuenta ya habrás llegado!". Luego, haciéndole una mueca con el ojo, agregó: "Y por la fiesta, no te preocupes. Te aseguro que no te haremos falta cuando estés bailando toda la noche con alguna de tus conquistas”.

“La inflación en el mes de abril no será tan alta como la de marzo”, era la noticia más positiva que José Ceballos había encontrado en el diario que leía mientras se encontraba cómodamente sentado en el puesto número 37 de una de las unidades de alguna línea de autobuses ejecutivos. Poco a poco se estaba quedando dormido. No era su costumbre dormir mientras viajaba, pero el aire acondicionado adormecía sus ojos y ese día había sido bastante agotador para él.

Esa mañana, su madre despertó a Paola con la mala noticia de que tenía que irse sin ellos para la fiesta de su prima. Ya el día comenzaba mal para ella. Era uno de esos días en los que no provoca hacer nada, en los que todo te da igual. Lo primero que vio al abrir los ojos fue la tarjeta de invitación a la mencionada celebración que incluía una carta que su prima le había escrito para hacerle saber lo que significaba para ella su presencia en los quince años. Paola sabía que no podía dejar de ir, por lo que -inconscientemente- comenzó a pensar en la ropa que iba a usar durante el viaje. Recordó que su "sweater" preferido estaba sucio y que se iba a ver obligada a utilizar esa sudadera rosada que tanto odiaba por hacerla parecer, según ella, una retrasada. No tenía más remedio.

“Ahora debe llevar esta planilla al Departamento de Recepción. ¿Sabe adónde queda?”, le preguntó una de las nunca muy atentas secretarias que labora en las oficinas de algún ministerio. “¡Claro que sé adonde queda, queda al otro lado de la ciudad! ¿Por qué no pueden poner todo en el mismo edificio? ¿Lo hacen a propósito para que la gente se canse y no haga nada?”, pensó en ese momento el Sr. Ceballos, pero lo que se atrevió a decir fue: “¡Sí, gracias!”. Para colmo, al salir del edificio, una mujer tropezó con él y le derramó un vaso de jugo de fresa en su camisa blanca. “¡Hoy no es mí día! ¡Hoy no es mí día!”, se repetía para sí el sujeto con la camisa manchada.

Rafael intentó levantarse, pero notó que, exceptuando los brazos, no podía mover nada del cuello para abajo. Comenzaba a entender por qué no le dolía nada a pesar de que sabía que estaba herido. “¡Parece que no valía la pena ir para esa fiesta después de todo!” exclamó el joven herido recordando la discusión que previamente había tenido con su madre, en la cual ella le había dicho que no ganaba nada con ir a la fiesta a la que su amigo Jorge le había invitado, que no “valía la pena”. Rafael le había respondido que así fuese a perder el tiempo, valdría la pena ir solamente por el hecho de poder alejarse unos días de ella. El muchacho deseó no haber sido tan cruel con su madre en aquel momento.

La asistente del conductor, una especie de aeromoza pero de autobuses, le ayudó a reclinar su asiento. Junto a ella, se encontraba sentada una señora que, a juicio de Paola, parecía una gallina durmiendo. La joven observó nuevamente al chico de los audífonos que había llamado su atención cuando abordó la unidad. "¿Qué estará escuchando?", se preguntó ella, y luego dedicó su atención a escribir a una velocidad vertiginosa, mensajes de texto a todo el directorio telefónico de su celular.

Por un momento, Rafael se asustó cuando su reproductor de mp3 se activó de repente y empezó a reproducir "¡Help!" de los cuatro de Liverpool. Asombrosamente, el aparato no se había dañado a pesar de los golpes que había recibido durante el accidente. El joven herido trató de recoger los audífonos que habían caído a 10 centímetros de sus pies, pero fue en vano. En ese instante, Rafael comenzó poco a poco a recordar cómo había llegado hasta el sitio donde se encontraba, pero todo era aún muy difuso para él. En la película de su mente, algunas escenas eran fragmentos de segundos en los que rodaba por una pendiente, y otras escenas, eran de él con los ojos cerrados escuchando música en su asiento. Los actos intermedios que conectaban una cosa con la otra se habían borrado de su mente. Por primera vez, le vino a la mente la idea de que iba a morir, pero entonces recordó las palabras que tantas veces le oyó decir a su abuela: “Cuando alguien va a morir, ve a los ángeles del Señor que vienen a buscarle y que lo llenarán de paz”. El chico estaba tranquilo porque, hasta el momento, no había visto a ningún ángel venir a buscarle.

“Falta el sello del Departamento de Finanzas”, le dijeron a José Ceballos cuando llegó al Departamento de Recepción, por lo que tuvo que devolverse al primer edificio para que le sellaran su planilla y, de paso, para tratar de asesinar a la secretaria que no se dio cuenta de que dicho sello faltaba. Cinco horas más de las estimadas tardó el frustrado individuo en hacer todas las diligencias que había planeado hacer ese día, por lo que iba a llegar a su casa más tarde de lo previsto. Le había prometido a su esposa que la iba a llevar a ver una película francesa que iban a dar sólo ese día en un festival de cine, pero no le fue posible cumplir con la promesa.

A medida que pasaba el tiempo, Rafael sentía más y más que su momento final se acercaba. “!Debe ser que no me he portado tan bien como creía y que no van a enviar a ningún ángel a buscarme!”, dijo para sí con ironía el joven. Como pudo, levantó la cabeza para dar una última mirada a su alrededor. Observó hacia la derecha y vio a no poca distancia a un hombre de unos 30 años que yacía en el suelo boca arriba. Rafael pensó que murió cuando algo le atravesó el abdomen, ya que tenía la camisa manchada de sangre a la altura del pecho. Mas, en realidad, la única herida que ese señor tenía y que le había matado, estaba situada detrás de la cabeza y fue ocasionada por el impacto que recibió al chocar contra una roca mientras caía. Definitivamente, ese no había sido su día.

Hacía la izquierda, Rafael contempló a una joven muy bonita tendida en el suelo. La muchacha llevaba puesto un sweater de un color rosado que aturdía, pero que aún así no le impedía verse bella inclusive en la situación en la que se encontraba. Rafael vio pasar ante sus ojos una vida con ella. Vio que bailaban juntos el vals el día de su boda, y vio también que celebraban juntos el cumpleaños de su primer hijo. Vio que hubiese podido pasar felizmente cien años junto a ella, pero que lamentablemente eso ya no iba a poder ser. El muchacho se asustó cuando vio parpadear a la joven, ya que esta tenía tiempo con los ojos abiertos y él ya pensaba que estaba muerta. Intentó gritarle algo pero se le dificultaba mucho hablar. En su interior, sólo deseó que los paramédicos llegaran a tiempo para salvarla, por lo que se sintió tranquilo cuando escuchó a lo lejos una sirena de ambulancia. Sin embargo, el herido sabía que para él ya era muy tarde. Se le estaba acabando la vida cuando aún no había comenzado a vivirla. Con su último aliento, Rafael dijo en su mente: “¡Qué curioso! Las últimas personas que vi antes de morir, fueron dos personas que nunca antes había visto en mi vida”.


-¡Qué disfruten sobrevivir una semana más!

-H.G.

6 comentarios:

Andre@ dijo...

Uff excelente historia!! lograste arrancar lágrimas de mis ojos... hace un tiempo escribi una historia similar, bueh no tan similar, pero quizás te gustaria leerla (aca está por si te animas, es algo vieja http://nochessinlunas.blogspot.com/2006/08/tristeza.html)

Estarás dentro de mis favoritos definitivamente... un placer leerte...

Diana L. Caffaratti dijo...

Me ha gustado el relato. Presenta a los personajes, con recursos de la cinematografía, y va preparándonos para un final que sabemos que no es exactamente rosado, pero tampoco sabemos exactamente cómo será.

EduardoEquis dijo...

Estas historias donde los personajes mezclan sus historia, o sus vidas, o solomante sus días... me encantan. Son relatos dificiles de crear, de relacionar y que logren tener una coherencia, o al menos así lo creo.

Por eso, pienso que es un excelente relato, bien logrado...

Saludos!

Anónimo dijo...

]Hermoso... y sabe que vino a mi mente con su relato? Cuando nosotros nos ahogamos en un vaso de agua, cuando nuestro ego se vuelve tan gigante que nos da un buen pizotón, cuando solo pensamos en nuestros problemas sin pensar como será la vida a través de los ojos de aquel al que hemos tratado tan mal. Maravilloso.

Un puñado de besitos de Zalucita.

Unknown dijo...

siempre haz tenido una magia unica a traves de tus escritos, recuerdo que la primera vez que te leì hiciste algo acerca de los Faddoul..

debemos apreciar cada instante de nuestras vidas porque incluso en las circunstancias mas cotidianas puede estar el fin de la misma, deberiamos estar concientes de eso y vivirla permitiendonos ser felices..

a veces nos cuesta tanto...

H.G. dijo...

andrea: gracias por venir, Andrea. No son tan similares los cuentos, pero entiendo lo que quisiste decir. Gracias

dilaca: me han dicho que tiendo a escribir como si estuviera narrando una película. Supongo que es cierto entonces.Gracias por venir

eduardo: Tienes razón en que no son fáciles. En realdiad este cuento fue como un experimento y lo escribí luego de ver la película 21 gramos, la cual me encantó. Ahora sólo le hice uans pequeñas modificaciones. Saludos

zalucita: que bueno que el relato te trajo la mente eso. Si logré dar un buen mensaje, me contenta. Un abrazo ;)

Mafalda: gracias por tus palabras y tus visitas. El relato al que te refieres es el que se llama "Luceros cautivos". Y tienes razón, a veces nos cuesta mucho...